El rasgo que con mayor nitidez diferencia al fútbol femenino del masculino no es de índole técnica o atlética, sino psicológica. Las mujeres tienen mucha mayor autodisciplina y control sobre sus emociones. Conocen el significado profundo de la palabra respeto, la noción de jerarquía, el acatamiento inmediato y acrítico que supone una decisión arbitral, dosifican mejor sus secreciones de adrenalina, evitan la agresión física y los motines a bordo, son los únicos habitantes del planeta Fútbol que comprenden y practican el fair play (fair no solo significa limpio, sino leal, correcto, honorable).
Veo el sonrojante espectáculo que ofreció la Liga ante el Herediano, y mi cabeza se desploma sobre el pecho, en total desaliento. ¿Cuándo evolucionaremos hacia una ética deportiva que rija todos nuestros gestos en el terreno de juego? Tres hombres castigados con suspensiones diversas. Por supuesto, no podía faltar McDonald, que ha hecho de sus expulsiones un circo per se, un número cómico y burlesco por el que la gente paga, y que se ofrece como un aderezo o pimento al plato futbolístico del día. Y ahora pretenden que sus reiteradísimas sanciones forman parte de una maquiavélica persecución contra la Liga. ¡Por favor!
Entre ese fútbol de primates, y la ejemplar lid que nos proponen las mujeres, hay un abismo inmensurable. Es como si jugaran deportes diferentes. En las mujeres predomina el honor, el sacrificio, la conciencia grupal, las bridas asiendo vigorosamente la montaraz potranca de las emociones, y el amor por la ética. En los hombres priva el farandulismo, el afán de figuración, el vedetismo barato, el primadonismo narcisista y patológico. Es mucho, muchísimo lo que los hombres pueden aprender de las mujeres en todas las áreas de la vida. Esto es, si tan siquiera tuviesen la humildad necesaria para sentarse en la silla del alumno. No contemos con ello.
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