Esteban Alvarado puñetea a un león desmoralizado

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Esteban Alvarado y Fernando Ocampo podrían vender sus historias para el “Novelón del Centenario”. Una trama de misterio, decepciones, impagos, promesas no cumplidas y frases de despecho en los últimos capítulos.

Lo del portero no extraña. Impulsivo, dado a esos arrebatos escapistas, no sabe manejar las emociones. Después de irse sin una razón clara o de peso, clava un dardo en el corazón rojinegro: “La Liga no es ahora un equipo grande”.

Antes, malo de la película. Ahora, villano de los villanos. Se fue debiendo, entre las sombras, y ahora regresa, entre los reflectores del Canal 7, para cobrar. No para disculparse, no para aclarar. Sino para sacarle la lengua y hacerle feo al equipo que, hace apenas un par de meses, dijo ser el de su corazón.

El presidente Ocampo siempre le bajó la temperatura al tema, sin atacar a Alvarado ni exigirle cumplir el contrato. La actitud parecía extraña, ante la falta de una razón de peso para la salida del portero.

Extraña... Hasta que habló Esteban y se filtró parte del contrato. No tenía asegurada explícitamente la titularidad, pero sí prioridad en la lucha por ella. Algo así como “ mientras juegue bien, la portería es suya”.

Pero no contaban ni con Pemberton y su buen momento ni con Hernan Torres. El colombiano le bajó los humos a la contratación estrella. A Esteban, en su ofuscación, no le quedó más que buscar la única puerta que sintió suya: la de la salida.

Ocampo tampoco supo qué hacer. Se anduvo por las ramas, temeroso por la letra del contrato, pero preocupado de que su camerino estallara si Esteban abría la boca.

“Cada palabra que se diga puede ser usada en contra de la institución”.

Pero ya Alvarado habló y lanzó estocadas al corazón del león herido. Se retrató muy mal, pero también desnudó a una dirigencia superada por los acontecimientos, desde el mismo momento en que se sentaron a negociar.

Todo lo resumió con esa frase matadora de que no vino al equipo más grande y ganador al que pensó venía.

La liga-novela tomó otro rumbo. El presidente había preferido el silencio de ambas partes y un posible pronto fichaje, que les haría ganar dinero .

Seguramente sintió alivio por quitarle una brasa al técnico, ya de por sí agobiado por el desastre del equipo. Y, de paso, esa cláusula mal puesta en el contrato seguiría oculta y sin daños colaterales en el camerino.

Pero, acorralado por sus propios fantasmas, la insensatez y una especie de divismo, el gigante abrió la boca para decir que la Liga le quedaba enana a su estatura internacional.

Reapareció, con el mazo en mano, para hundir los últimos clavos en ese ataúd que lleva a la Liga a su Novenario.

Ocampo y Alvarado quedaron mal parados en medio de la jugada.

Ahora se irán a los penales en la cancha judicial. O tal vez no. A lo mejor mañana salen en la tele, abrazados y con el finiquito firmado. !Así son las novelas!