La madre tiene el cielo ganado, en especial la del mejenguero. Ella es la heroína ante el regreso a casa con barro hasta en las orejas, la camiseta hecha un charco, las medias escupiendo agua achocolatada en cada paso de ese ingreso sin zapatos, para no hacer más barreal -según el feliz desconsiderado-.
A ella le toca lidiar con el resfrío que hace de la ropa sucia un mal menor. A ella le toca batallar con la testarudez, de encharcarse de nuevo la próxima vez.
La sonrisa del pequeño mejenguero lo cura todo y por más barro y por más piso sucio y por más riesgo de tos y mocos, ella sería capaz de buscar hasta el fin del mundo una pelota para él.
Es más: si Dios no hubiera inventado el balón...
¡¿Cómo que no fue Dios?! ¿Quién dice eso? Creó los mares, la tierra, los animales, al hombre y a la mujer, dándole a ésta el privilegio de ser madre, ¡¿pero no inventó la pelota?!
Tonterías. La luna y la Tierra ya son balones. El universo entero está lleno de ellos, algunos incandescentes, otros fríos, rocosos, con gases alrededor...
Decía: si Dios no hubiera inventado la pelota, una madre lo habría logrado, a lo mejor con un bodoque de tela, amarrado con tiras, o con un ovillo de lana, de esos con los que juegan los gatos en las fotografías clásicas.
La madre del mejenguero afortunadamente no está sola: la acompaña la de todos aquellos que pasaron por la niñez. Algunos -triste y evidentemente- no lo hacen.
A la madre del mejenguero se le une la del niño que encontró en el barro, en el agua, en el juego y en la travesura inofensiva el significado de la palabra “felicidad”.
No importa si se trata de deporte, si la pelota debe pasar entre los tres tubos, ser embocada en un aro, golpeada con un bate o lanzada por encimade la red; ni siquiera hace falta una pelota (literalmente).
La ropa sucia también es lo de menos, cuando el ánimo es el que se empapa. A la madre del mejenguero (extensivo para todas las madres, en muy distintas actividades) le toca acudir muchas veces a “lo importante es participar”.
Prefiero un “lo importante es haber dado el mejor esfuerzo”, porque eso de participar ni la madre se lo cree. Ellas no solo participan; dan todo lo que pueden porque la vida tenga siempre un balón.