Las duras pruebas de la vida superadas por un portero desechado por Saprissa a los 14 años

Justin Tenorio es uno de los principales talentos del arco de Carmelita, principal cuna de talentos del país en el último lustro. Su historia está llena de sacrificios y a los 17 años está a la puerta de cumplir su sueño

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Hace nueve años, Justin Tenorio Mora inició una aventura única que se convertiría en su obsesión. Un pequeño de solo ocho años tuvo la oportunidad de entrar a las divisiones menores del Saprissa, en aquel momento gracias al futsal.

Hoy ese niño ya es un adolescente con camino recorrido y es visto como uno de los principales talentos del arco costarricense, al tener una estatura de 1.78 m, con 17 años; empero, defendiendo el arco de Carmelita.

En aquel momento, llegar al conjunto morado sería visto para cualquiera como entrar al paraíso deportivo; no obstante, para Tenorio fue comenzar a crecer como la espuma en madurez, enfrentarse a miedos fuertes para su edad y entender lo dura que puede ser la vida.

El niño tuvo que comenzar a viajar solo, sin cumplir la primera década de vida. Este vecino de Puriscal comenzó a desenvolverse solo por el transporte público, debido a que su madre no podía llevarlo hasta Tibás.

De esta forma, el pequeño arquero, con tal de cumplir su deseo, se retó y aceptó trasladarse hasta Multiplaza Escazú en autobús, ahí se bajaba y esperaba a su padre por un largo periodo, junto al chequeador de la empresa de transporte. Cuando su papá aparecía se alistaba con ilusión para hacer el último trayecto hasta el entrenamiento.

Lo más difícil para el niño era el regreso a su hogar, cuando ya totalmente cansado nuevamente debía subirse en la motocicleta y empezaba a viajar hasta Puriscal. Su padre, atento a lo que sucedía en carretera, también debía viajar con su mano derecha cuidando al pequeño, porque se dormía y esto provocaba que se balanceara y se pudiera caer en el asfalto.

Su madre, Geilin Mora, recuerda cómo hasta los técnicos morados de aquella época se preocupaban por la situación.

“Soy de Puriscal y vivíamos lejos, él se venía a las 6:30 a. m. a la escuela, salía a la 1:30 p. m., una prima con una tienda me prestaba el lugar para cambiarlo y que almorzara, él se iba solo en el bus de Puriscal y se bajaba en Multiplaza, tenía apenas ocho años y esperaba al papá en una parada. Luego de regreso eran aquellos nervios porque en la moto se quedaba dormido y no sé ni cómo hacían para que no se cayera, hasta uno de los técnicos, Enrique Díaz, decía que mejor lo amarraran. Llegaba como a las 10 p. m. a la casa, se comía una sopa Maggy y a dormir”, recordó.

El peligroso viaje se convirtió en rutina para su familia, al punto que fueron dos años los que estuvieron haciendo los recorridos religiosamente.

Una situación familiar, en la que la abuela del niño abrió las puertas de su casa en Moravia a Justin y sus padres, cambió la dinámica, porque todos pasaron a vivir al cantón josefino; sin embargo, Saprissa ese mismo año sorprendió con la decisión de trasladar su centro de entrenamientos a San Antonio de Belén.

“Ahora era pensar en llegar de Moravia a Belén, prácticamente habíamos quedado igual, pero bueno, le hicimos frente. Aunque a mí me destrozaba el corazón verlo porque llegaba siempre dormido, a veces se pegaba unas mojadas que usted ni se imagina”, mencionó la madre.

Gracias a empujonazos de otros padres y esfuerzos de los propios, Tenorio consiguió mantenerse por un tiempo más en la S, hasta que un día, a los 14, el cuadro tibaseño le dio una noticia que destrozó su ilusión.

Ese día, la mamá confiesa que tragó grueso y notó a su hijo decepcionado de sí mismo.

“El día que le dijimos que lo habían sacado se quebró totalmente, él lloraba y lloraba como un chiquito de cinco años y decía: ‘¿Qué voy a hacer?’ Una mamá me dijo, ‘Gei, déjemelo aquí y yo sé que se entretiene acá para que se olvidara el mal trago’, fue muy difícil y ni sabíamos qué hacer”, declaró.

A las 48 horas, el arquero recobró la esperanza cuando Carmelita lo localizó para brindarle el chance de hacer una prueba.

En medio de la separación de sus padres y bajo rendimiento académico, el portero no se rindió en su pasión y se empeñó en aprovechar la oportunidad, pese a que el destino se ciñó en darle señales de que el fútbol no era lo suyo.

“Cuando nos separamos, él (el papá) le dijo que no podía ayudarle a entrenar, le dijo que si no se iba con él, no lo llevaría a entrenar. Además, yo definitivamente no podía, porque en aquel momento pagaba ¢90.000 de alquiler y ganaba ¢150.000... Entonces, ¿cómo hacía? Al final decidí hablar con el entrenador y si usted me pregunta, no sé cómo hicimos, pero siguió. El papá le daba ¢10.000 por semana y con eso sacaba los pases de la semana de tres buses, eso sí, ni un fresco", confesó.

La vida del guardián del arco continuó llena de trayectos largos, horas en transporte público y cansancio, pero felicidad porque seguía mano a mano con la pelota.

Otra prueba faltaba por sortear, en esta ocasión una que le causó hasta depresión.

"En un partido de Carmelita se le fue el ligamento interno y el menisco, estuvo como deprimido, fue complicado porque fue de febrero a setiembre sin jugar, el doctor cuando le dio de alta hasta le dijo: 'dele gracias a Dios porque su suerte no la tiene cualquier joven, a él lo que lo sacó eran las ganas que tenía de volver'.

Este estudiante del Liceo de Moravia, ahora con 17 años, cursa el décimo año sin derecho a fallar, pero con la mira puesta en su debut con el primer equipo de Carmelita.

Su deseo es fuerte, al punto que ya busca soluciones para cuando esté definitivamente en el primer cuadro verdolaga.

“Un día de estos me dijo: 'Yo voy a tener que irme a vivir a Alajuela, estudiaría en un colegio de Alajuela, y viviría en unos cuartos de jugadores, pero yo le dije que no, que cómo se le ocurría”, sentenció la madre.

Saprissa hace poco lo buscó y le coqueteó; sin embargo, este arquero prefiere seguir en Carmelita como agradecimiento y, además, en su corazón tiene los colores rojinegros.

“Es que es liguista hasta el apellido, pero bueno, ante ellos se jugaba unos partidazos, vieras...”, finalizó Geilin.