¿Cuándo es un campeonato “justo”? Cuando sus resultados plasman, traducen, expresan lo que se vio en la cancha.
Cuando en efecto gana el mejor. Por eso creo en el torneo de liga. En el mejor estilo español. Si el Barcelona ya ha amarrado un puntaje inalcanzable por sus rivales, así faltasen veinte fechas por jugar, debería otorgársele el campeonato. Cierto: los partidos finales serán un mero trámite, la asistencia a los estadios disminuirá, y la competencia perderá en suspense y dramatismo. Pero por otra parte, nos cabría la satisfacción de estar honrando el principio de justicia, y reduciendo al mínimo el factor aleatorio, adventicio, accidental en el fútbol.
Con una campaña casi inmaculada, Alajuelense debería ser ya campeón del actual torneo.
Esa última ridícula seguidilla de partidos entre los cuatro “clasificados” es un absurdo, una arbitrariedad, un epílogo innecesario, un postludio completamente fútil, una especie de pirucho o de cola de vaca que cuelga ahí, sin ningún vínculo lógico con la extensísima fase previa del campeonato. Un colgajo cuya única finalidad es rentabilizar (léase prostituir y mercachiflear) el campeonato, e inyectarle un poquillo de adrenalina.
Ningún equipo está exento de la posibilidad de tener una mala noche, tropezar, y caer en un partido puramente accidental. Y resulta profundamente injusto que este parpadeo anule una estupenda, brillante, convincente campaña. Debemos procurar que los resultados del campeonato “digan” lo que realmente se vio en la cancha durante seis meses. Por supuesto: el “colgajo” le da al campeonato mayor suspense, pero al precio de un resultado potencialmente injusto, injustísimo. Por eso creo en el formato de liga. Prefiero honrar la justicia, que ver a mi equipo ganar aruñando, arrastrándose, valiéndose de un error del rival, por chiripa, de manera inmerecida y en virtud de esos inexplicables ricochets que el fútbol a veces nos depara.