Los últimos entrenadores morados tuvieron problemas con diferentes futbolistas y terminaron en la casa. Los “pequeños” monstruos acabaron decapitando al domador, y la falta de resultados debe estar ligada a esa división que provocaron con sus actos de irreverencia.
Cuando Saprissa pasó siete torneos sin títulos, entre el 2010 y el 2014, pensé que era cuestión de que bebieran las mieles del triunfo y no olvidarían ese sabor. Creía que esa generación de buenos futbolistas marcaría una época cuando aprendiera a ganar, emulando a otros equipos históricos.
Pero me equivoqué. Porque ganó dos trofeos y a pesar de ello, siguió coleccionando cabezas de entrenadores y no alejó el fantasma de la inconstancia, del sufrimiento, del no explotar en la red ese caudal futbolero que a veces parece rebosante pero en otras raquítico.
En medio de esos altibajos siempre han aflorado, como síntomas detonantes, esas rabietas disimuladas a duras penas, esos gestos de reproche al técnico, esos malos modos entre futbolistas, y ese divismo con que algunos han querido alcanzar notoriedad.
La forma de encarar a los árbitros, de no celebrar cuando se han sentido lastimados por la afición o el entrenador, de hacer berrinche al salir de cambio, y ahora de sentirse por encima de exjugadores emblemáticos, explica por qué una generación prometedora, de muy buenas condiciones, se atasca en los pantanos de la egolatría.
Para peores, vieron a Navas, Celso, Campbell y Gamboa salir carajillos y ascender al cielo futbolístico y viven obsesionados con hacer el mismo viaje. Olvidan que ese es un premio que llega con la entrega y el esfuerzo, y que no basta con ser “bueno” o “creerse bueno”, si lo pies y la cabeza no están donde deben, si ven el futbol como un medio para hacer dinero y no como un juego hermoso por sí mismo.
Esos cabecillas juveniles distorsionan la famosa frase morada del poder y el orgullo. La han confundido con ser orgullosos, irreverentes, “saca pechos”, con sentirse por encima del técnico, de los compañeros, del equipo. A tal punto que la banda de capitán la lleva un panameño de corta historia en Saprissa, seguramente porque no hay nadie- con Badilla en la banca- que pueda defenderla con el orgullo de sus históricos y emblemáticos líderes.