Si Johan Venegas se desahogó el jueves pasado de una forma equivocada al perder la cabeza después de que unos cuantos aficionados lo sacaron de quicio tras pasar escuchando improperios durante los 90 minutos, estoy segura de que el domingo experimentó un alivio enorme, en medio de sus sentimientos encontrados.
El futbolista cumplió el primero de tres partidos de suspensión tras la sanción que le impuso el Tribunal Disciplinario por los gestos ofensivos en los que incurrió cuando marcó ese gol agónico que revivía a Alajuelense en Guápiles.
Fue una serie muy cerrada, que se resolvió por el criterio de gol visitante tras finalizar 3 a 3 en el global y en la que ese tanto de Venegas fue determinante para que los manudos hoy estén sembrados en la final contra Saprissa, en busca del boleto a la gran final para pelear por el título.
Venegas no estuvo en ese segundo round, en cancha, porque sí estuvo presente en las gradas del Morera Soto, como un liguista más que sufrió para luego festejar el pase a la final.
No jugó, pero aportó mucho para que su equipo siga vivo y el liguismo lo sabe.
Se equivocó en esa reacción y ahora le toca una especie de tortura, al perderse los partidos en los que todos quieren estar. Es parte de la lección aprendida, para él y para todos.
Cualquier futbolista quiere jugar y estoy segura de que Johan no es la excepción. No pudo hacerlo el domingo, a como tampoco podrá actuar en los dos clásicos que vienen, como consecuencia de ese desahogo pasado de tono, que no debió de darse.
Pero que sucedió y le sirvió a todos los jugadores para que caigan en cuenta de que el fútbol volvió a ser diferente.
Pasó aquella moda de la pandemia en la que los partidos a puerta cerrada se paraban porque alguien gritaba algo. Ya no es así. A partir de lo que le ocurrió a Venegas, imagino que cada quien echará para su saco.
Los jugadores a no caer en desconcentraciones por lo que escuchen desde las gradas, pero parte de la lección aprendida también va para esas pocas personas que suelen pasarse de la raya y que inclusive con conductas así incomodan a los demás aficionados.
Pagar un boleto no da derecho para sobrepasar los límites del respeto. Está muy bien que los aficionados del equipo que sea vayan a apoyar y a exigir, pero no a denigrar a nadie. Y así lo entiende lo mayoría, porque tampoco se vale generalizar.
Comisarios, árbitros y demás autoridades deberían estar atentos para que con la ayuda de los personeros de seguridad se invite a salir del estadio a personajes que atentan contra la imagen del fútbol.