Cuando Alonso Martínez se plantó frente al árbitro David Gómez, para sacarlo de su error, este sufrió un ataque de ego y le disparó un tarjetazo.
Me recuerda la historia de un alumno que en media clase de Matemáticas se levantó para ayudarle a la profesora, que sudaba tratando de enseñar un problema. La explicación fue tan clara, que la clase estalló en aplausos y la educadora terminó llorando.
Como quien dice, el futbolista retrato al árbitro en toda su magnitud. Con una dosis de humildad, sentido común y algo de noción de lo que representaba aquel acto, el silbante tendría que haberle dado una palmada en el hombro y seguir el juego tras rectificar la sanción de penal.
El jugador liguista no fue el único que puso en evidencia al árbitro. La televisión deja claro que el futbolista no se tiró, sino que se cayó junto con el defensor, que no reclamó ningún penal y se levantó de inmediato para seguir en la jugada.
Cualquiera se habría tomado unos segundos para decidir un acto tan trascendente como renunciar a un tiro de penal. ¿Qué diría su técnico y los compañeros? ¿Y si al final se perdía el partido por su confesión?
Terminó haciendo lo correcto, aunque para Gómez fue una bofetada. Se sintió evidenciado. Pudo más el orgullo que ser parte de una historia, de las pocas que hay, en donde el Fair Play despliega su bandera.
Para los señores del Tribunal de Disciplina igual prevaleció el formalismo reglamentario, que tomar esa oportunidad única de aplaudir con su voto una escena casi irrepetible, en un fútbol lleno de tramposos.
Iluso yo que concebía el juego limpio como actos extraordinarios, donde todos los demás actores y público hacían una reverencia en torno al protagonista.
¿Se imaginan en el futuro a un jugador con tarjeta amarilla en ese mismo trance? Incluso, sin estar amonestado, nadie será tan candorosamente honesto como para exponerse de esa forma. El mañoso, en cambio, tendrá una excusa para revolcarse y fingir hasta el drama. ¡Que al tonto ni el árbitro lo quiere!
El juez fue incompetente en la cancha y el tribunal se declaró incompetente en la mesa. Estamos claros: incompetente mata juego limpio.