Sitio Gilda. Hay alrededor de 150 kilómetros de distancia entre el pueblo indígena de Sitio Gilda y el centro de la provincia de Heredia; aquí la final nacional queda en un segundo plano para sus habitantes, cuando la ‘mejenga’ de los domingos es casi un ritual obligatorio.
Juegan en un potrero, con marcos improvisados con horcones de un árbol de guayabo, entre las boñigas de las vacas que pastan alrededor y donde es común ver caballos, gallinas y hasta cerdos que cruzan el “terreno de juego” con una paciencia inusual.
En Sitio Gilda la pelota rueda sin parar a la misma hora que se juega la final (4: 30 p.m.).
En este asentamiento indígena no hay luz eléctrica en las casas y las baterías de los radios son demasiado importantes como para escuchar un partido durante 90 minutos. Es por eso que los adolescentes no pierden la oportunidad de jugar hasta que se oculte el sol.
Niños, niñas y adolescentes se enfrascan en el juego en un terreno irregular, pateando una bola desgastada, en el zacate comido por las bestias, lleno de matas de escobillas.
En un improvisado equipo, el corredor Ismael Salazar es uno de los protagonistas, mientras en la otra escuadra, Adiliana Jiménez, quien a sus 22 años es la cocinera de la escuela Jamo, es una feroz defensora que corta todo intento de gol de sus oponentes.
La mejenga se juega con el clásico ‘marco pequeño’, donde todos corren detrás de la pelota. Solo Ismael tiene “tacos”; otros juegan en tenis, los más pequeños descalzos y las chicas como Adilliana en botas de hule.
Las instrucciones y gritos son en lengua cabécar. Solo el grito universal de 'gol’ es familiar para quien escribe estas líneas, mientras los jugadores en la cancha se recriminan los fallos y se dan aliento entre risas.
La oscuridad le ganó a los mejengueros, que el único ruido que escuchan es el relincho de los caballos, las vacas bramando y el torrente del río Chirripó, ubicado a pocos kilómetros.
Las brumas empiezan a bajar de las montañas, el Cerro Urán ya no es visible a lo lejos. La penumbra le ganó al tiempo y la mejenga terminó 5-4. Cada uno se marcha a su hogar, sin inquietarse por cómo terminó el juego entre Herediano y Alajuelense, la final del fútbol tico de la que el resto de Costa Rica hablaba.