Al final del día, me siento ante la pantalla de televisión. Sintonizo el noticiero. Entre distraído, cansado y molesto, veo desfilar planos y secuencias de una rutina de violencia y sangre en todos los niveles. Hasta que, de pronto, un breve relato de fútbol captura mi atención.
Se trata de un partido en la gramilla del estadio Morera Soto. Las tomas alternas identifican a los suplentes de Alajuelense; entre ellos, un jovencísimo guardameta. La transmisión televisiva vuelve al campo y se produce una falta de penal. Contra lo esperado, el técnico Wilmer López decide relevar al arquero. El estelar, Patrick Pemberton, deja su puesto. Pero, antes de abandonar la cancha, conversa unos segundos con su sustituto. Patrick le da consejos, lo abraza y le desea buena suerte.
El cancerbero debutante es Gerald, un niño de ocho o nueve años de edad. El chico ingresa al terreno de juego y se coloca sobre la raya de meta. Se le observa pequeñito entre los parales, el transversal y el tejido de los cordeles, ahí donde la mejor manera de visar un sueño, es alzando el vuelo.
La bola es una bala blanca a punto de fulminar. Pablo Antonio Gabas se dispone a ejecutar el lanzamiento. Se alista, se impulsa y patea… Gerald se tira a un costado y bloquea el remate. ¡Bravo! Todos celebran. Tras el pitazo largo, los rojinegros posan con Gerald para la televisión. El chiquillo luce feliz y orgulloso. Por la experiencia vivida. Por los guantes autografiados que le obsequió Pemberton.
Aunque a veces el fútbol se pierde en los laberintos de un fanatismo que exacerba y ciega, siempre trasciende, porque lleva en su esencia un componente vital de afán, motivación, y ejemplo. En la tierna inocencia de su niñez, Gerald, con la ayuda de sus padres y de personas de buena voluntad, lucha intensamente por su salud.
Varias horas después, al borde de la medianoche, en el silencio de mi habitación, musito una plegaria por la recuperación de Gerald. Mientras, mis pupilas destilan hilos de gratitud hacia el grupo de futbolistas que irradiaron de luz y alegría la ilusión de un niño… Y su pleno derecho de soñar.