El silencio condena a Esteban Alvarado

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El silencio es su propio delator. Han pasado tantos días y ni Esteban ni su representante salieron a dar una explicación, que le haría bien no solo al liguismo, sino al futbol nacional.

Eso lo condena. Puso en entredicho a la dirigencia que lo trajo, la capacidad del técnico para manejar el camerino y provocó toda una novela acerca de la integridad de algunos de sus compañeros, en especial de Pemberton. Pero no le importó aclarar nada.

Eso lo convierte en el gran villano y casi que descarta una salida provocada por malos tratos del camerino o el entrenador. Quien huye a hurtadillas, sin un solo intento por explicarse ante el jefe inmediato, Hernán Torres, no puede ser la víctima en esta novela con tintes de comedia.

¿Problemas personales? Llamas al técnico y le pides comprensión y una licencia. Vas al camerino y deseas suerte a tus compañeros, mientras resuelves tu vida. Tan poco costaba algo así, que habría que suprimir ese motivo por lógica elemental.

¿Boicot en el vestidor? Igual te acercas a la dirigencia que se la jugó económicamente, al romper todos los topes salariales para traerte al equipo, como la mayor ilusión del Centenario. O al mismo Torres, que no tiene pinta de alcahuetear una división generada por cacicazgos.

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Cierto que los directivos cometieron un error al pretender tenerlo inscrito a toda costa, el día antes del clásico. Cuando ni en broma el entrenador lo tenía en sus planes, como tampoco lo haría otro timonel serio. Ese mensaje, hizo pensar a Alvarado que sus manos estaban llamadas a rescatar a una Liga tambaleante que iba como víctima al Ricardo Saprissa.

La actuación de Pemberton y las palabras de Torres —presumo— terminaron de hundir las pretensiones de Esteban. Esa noche volvió a emerger el niño-berrinche que lleva consigo y, ofuscado, como aquella mañana, con la camisa tricolor, decidió marcharse con rumbo contrario al Morera Soto.

No le importó el caos en que metió a sus excompañeros, al técnico y a la directiva. Tampoco la desilusión del fanático rojinegro que esperaba el momento de verlo como guardián de la puerta eriza. Al menos alguno de estos actores y por supuesto la afición, merecían un por qué.

Ningún profesional serio abandona la trinchera de trabajo arropado en el mutismo y sin dar la cara. Perdió la Liga a su contratación estrella y, dolorosamente, creo que la Selección también lo tiene que perder.