El niño portero de Alajuelense que viajó solo desde Paso Canoas explica cómo la residencia del CAR le cambió la vida

Tiene seis años de formarse en el semillero rojinegro. Cuando estaba en quinto grado hizo prueba, la ganó y decidió perseguir su sueño. Su historia no ha sido fácil y él mismo la cuenta para mostrar lo que se vive en el Centro de Alto Rendimiento

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Bayron Mora Montenegro tiene 17 años y es de Paso Canoas. Algunas veces ha entrenado con el primer equipo de Liga Deportiva Alajuelense, el semestre anterior estuvo con Mauricio Montero en la Segunda División y en este 2021 defenderá el arco rojinegro en el torneo de la U-20.

Para estar donde se encuentra, solo él sabe todo lo que ha pasado. Y no ha sido fácil.

Tenía 11 años, estaba en quinto grado, integraba una selección regional de Paso Canoas, vivía con su papá, Gonzalo Mora y se percataron de que habían pruebas en la Liga, como parte de los reclutamientos a nivel nacional.

“Cuando yo llegué a hacer las pruebas saqué los guantes y mi mamá (Ambar Montenegro) se quedó extrañada. Me dice: ‘¿Usted es portero?’... Y le respondí que sí. El reclutamiento lo pasé y tenía que venir en la tarde a entrenar con los porteros en específico, vine con Román González, entrené y lo hice bien. Cuando fui a hablar con Enrique Vásquez me dieron una semana para acomodarme y que me incorporara”, relató el arquero.

Su tío Eladio Martínez (qdDg) se encontraba San Miguel de Santo Domingo y le tendió la mano.

“El día que me vine tuve que agarrar bus de 4 a. m., yo alisté todo una semana antes. Nunca había viajado solo en un bus, estaba muy acostumbrado a andar pero por Paso Canoas e ir a mejenguear. Yo vivía con mi papá, me faltaba una semana y yo tomé la decisión de agarrar un bus y venirme. Eran ocho horas en bus”.

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Durante las primeras dos semanas, ese tío lo ayudaba con el transporte. Don Eladio trabajaba en el Hospital Calderón Guardia, pero ya no podía pedir más permisos. Una vez más hicieron todo el recorrido junto, pero quedaron en que Bayron debía aprendérselo, porque al día siguiente ya le tocaba hacerlo solo.

“Yo recibía clases de 7 a. m. a 2:10 p. m. y había un bus que pasaba a las 2:20 p. m. Iba a San José, caminaba a la parada de Alajuela. Entrenaba a las 4 p. m. y llegaba cinco minutos antes, a cambiarme en los baños y a irme a entrenar de una vez”.

Estaba en prospectos y ese primer torneo le costó.

“Había días que yo lloraba y no quería seguir, pero ya luego pasó un torneo y empecé a jugar con los pequeños. No tuve mucha competencia y casi no me dieron minutos. Al otro torneo llegó Mauricio Montero, él habló conmigo y me motivó mucho. Para mí él es uno de los que me ha ayudado un montón. Él, Enrique Vásquez y Román González hablaron conmigo, que no bajara los brazos, que eran oportunidades que muchos jóvenes deseaban porque yo era pequeñito y ese estilo de vida no cualquiera lo llevaba”.

La rutina era cansada, pero aprendió a sobrellevarla. Salía de las prácticas a las 7 p. m. y caminaba más de media hora para tomar el bus de 8 p. m.

“Apenas estudiaba media hora, porque llegaba a la casa a las 9:30 p. m. o 10 p. m. a comer, bañarme y estudiar, ir a dormir y levantarme a las 4 a. m. o 5 a. m. para ir a la escuela”.

Vinieron complicaciones, porque iba para el colegio y necesitaba más tiempo para el estudio.

“Hablé con la Liga porque si no me ayudaban con algo no podía seguir, porque me estaba afectando la parte económica, porque mis papás me ayudaban en lo poco que podían darme, pero no me alcanzaba para seguir viajando”.

Alajuelense le dio el colegio, pero él debía costearse la estadía y conoció a Blanca Vargas, quien criaba chiquillos de la Liga.

“Me instalé, yo era como el hijo y estuve el segundo año con ella. Ya era más céntrico porque vivía en Alajuela. Se facilitaron muchas cosas, pero era un colegio bilingüe y no era el nivel académico que yo tenía. En la parte futbolística me mantuve, pero el estudio me costaba y casi me quedo, fui a convocatoria y la pasé”.

Jugaba en la U-13, el equipo rojinegro que fue a México y quedó tercero en la Concachampions.

“Nos llevaron, porque yo qué plata iba a tener para ir, recogimos afuera del estadio en un clásico y en total a cada jugador le tocaron $19. Tuve que repetir el año, porque pasé fuera un mes, con ese viaje y los entrenamientos que se acomodaban en la mañana no podía ir a veces, todas esas clases me las perdí”.

Mora seguía creciendo y en el proceso U-15 iba para 14 años, tenía poca edad para esa categoría y al principio le costó. Los porteros que habían eran muy altos y él era pequeño.

“Creía que me iban a echar. Me aburrí porque tal vez yo en la parte futbolística tenía ventajas, pero en el biotipo sí me sentía inferior a ellos. Román González me dijo que tenía muchas condiciones y que no bajara los brazos. Hasta el momento yo podía estar bien, pero eso me aburría, saber que mi biotipo no era igual al de ellos”.

Ese mentor le aconsejó que trabajara más para que compensara con técnica lo que le preocupaba del biotipo.

“Se fueron los otros y quedamos los más pequeños. Ese torneo lo jugué con la U-15. Entré a otro colegio y todo iba muy bien. Cuando se creó la residencia aquí en Liga Deportiva Alajuelense fue como pare, piense qué va a hacer y ojalá sea la mejor decisión, porque yo ya no podía seguir viviendo en Alajuela”.

Mora sabía que los entrenamientos el otro año iban a ser en la mañana y había doble sesión. “Fue cuando tuve que pensar en qué era lo mejor para mí, si seguir jugando fútbol o estudiar. Ya tenía noveno ganado y la señora se fue para Estados Unidos. Yo me quedé solo, con el nieto de ella que era mayor de edad. Llamé a mi familia y les dije que no sabía, que había una residencia y no sabía”.

Asumió el reto y se fue a vivir al CAR en Turrúcares.

“Tuve una lesión de unos lipomas en el muslo, fueron tres meses fuera. Yo sabía que más concentrado en el CAR podía trabajar más, podía mejorar muchas cosas y el tiempo que había perdido por la lesión. Venía muy bien y las fases finales no las jugué por temas del director técnico, él tiene sus decisiones y me sentí muy mal. La verdad pensé hasta en irme, devolverme a la Zona Sur”.

De nuevo estaba ante una prueba de persistencia y optó por seguir.

“Todo se me facilitó, el colegio que hicieron, la residencia, la alimentación, solo me concentraba en cuatro cosas, que eran llevar bien el cole, entrenar, descansar y alimentarme. Pasé un año y ascendí a la U-17. Igual era un año menor. Pensé que me iban a ganar el puesto porque llegó uno que era 2002. Yo llegué a residencia y no lo conocía. Veníamos a la cancha y trabajábamos lo mismo, íbamos al gimnasio, que es Caleb (Arroyo)”.

Se hicieron muy amigos. A él lo mandaron al alto rendimiento y yo prácticamente jugué todo el torneo en U-17. En ese año yo iba para décimo, pero como en este colegio uno puede sacar dos años en uno, saqué cinco materias de bachillerato y hoy solo me queda Matemáticas”.

Ya no tenía preocupaciones, ni el temor de que le pasara algo viajando solo de noche.

Pero apareció la covid-19 para alterar su normalidad.

“El 2020 de pandemia fue para mí uno de los años más difíciles, porque sucedieron muchas cosas a nivel personal. Nos mandaron para la casa. Yo empecé jugando. Yo que estoy acostumbrado a entrenar cuatro años seguidos a pasar a estar en la casa prácticamente haciendo nada, es muy complicado”.

Estaba en Turrúcares, pero llorando les decía a sus abuelas que quería entrenar en el CAR.

Agustín Lleida le mandó un mensaje con una buena noticia.

“Yo lloré de felicidad cuando me dijo que íbamos a volver a los entrenos en Segunda, que yo iba a estar ahí. Jugué en Segunda con Mauricio Montero y para mí él es una de las personas que más me han ayudado en la parte mental, porque es muy sensato para hablar, muy puntual”.

Pero surgió un inconveniente, porque para estar en la Segunda sus papás le debían firmar un documento.

“Me dijeron que no podían venir. Y uno se pone a pensar, será que ellos no quieren que yo juegue fútbol. Hablé con mis abuelas, pero la firma válida era de los papás. Fue una negociación no con el club, sino con ellos. Me decían que estudiara, pero yo les respondía que yo estaba estudiando y llevaba el fútbol de la mano. A nivel emocional fueron dos meses muy duros”.

Sus abuelas Inés Martínez y Alicia Céspedes, su bisabuela Rosa Céspedes y su tía Mayté Ulate son su sostén y su motivación. Ellas viven en barrio la Libertad, a cinco minutos de la aduana panameña.

“A finales de año me dieron la oportunidad de entrenar en Primera. Jugué unos partidos en Segunda y lo hice bien. Jugar una semifinal con 17 años, o al menos estar en las convocatorias son oportunidades que no a cualquiera le suceden”.

Ellas constantemente le preguntan cómo le fue, cómo está, si necesita algo.

“Y aquí a uno no le falta nada, lo tiene todo y en la parte de alimentación, el cuido, todo, nos chinean y es algo que uno trata de agradecerle al club y yo trato de agradecerlo con el trabajo que uno hace también”.

Por decisión propia hace trabajos extra. A veces no cree que haya sido capaz de dejar el campo para ir a la ciudad y superar tantos altos y bajos.

“Tener que madurar a los 12 o 13 años mientras los amigos se divierten y te dicen vamos a tal lado y uno tiene que entrenar, son cosas que se usan como un impulso, como una motivación. La parte más difícil era dejar mi familia, mi hogar, para aventurarme en algo que no sabía si iba a ser exitoso o no y hasta el momento ha ido bien. Es difícil y bonito, son experiencias que uno a temprana edad las tiene, a diferencia de otros jóvenes”, acotó Mora, quien ahora jugará con el alto rendimiento de la Liga.