Este lunes 19 de octubre, se cumplirán 46 años de lo que se dio en llamar el gol de la media. Ocurrió en el Estadio Nacional, en un juego entre Saprissa y Cartaginés.
Los morados requerían la victoria como única opción de alcanzar el título de la temporada 1969. A los brumosos les bastaba con un empate para convertirse en los monarcas de Primera División.
Tal como acostumbrábamos, los amigos de mi barrio guadalupano asistimos al estadio. Todos éramos saprissistas, menos Guillermo Solórzano, un flaco dueño de una célebre chispa humorística y brumoso hasta la médula.
Cuando restaba un minuto en el cronómetro (en esa época no había tiempo de reposición), se cobró un tiro de esquina que peinó Walter Elizondo antes de que su compañero Luis Chacón (q.d.D.g) le diera al balón con tanta gana, que le pegó con la media.
Y lo que salió fue un débil remate que, paradójicamente, petrificó a Mario Flaco Pérez, arquero cartaginés.
Tras el traspié por 0 a 1, los brumosos vieron desfilar un nuevo y fallido intento de alcanzar un cetro que la entidad azul no levanta desde 1940. Recuerdo que, en aquella ocasión, el dolor de mi amigo Memo fue inenarrable. Hace ya muchos años que no lo veo. Es uno de esos grandes afectos que todos hemos tenido alguna vez, pero el dios del tiempo y las ocupaciones se han encargado de separar.
A quien vimos hace unos meses en una misa vespertina en la iglesia de Zapote, fue a don Mario Flaco Pérez. Mientras escuchábamos la homilía, discretamente, le comenté a Adrián, mi hijo menor y también periodista, quién había sido ese señor en el fútbol de la Primera División. Por cierto, mencionarlo a raíz del histórico “gol de la media” es un mero detalle coyuntural, porque la verdad es que Mario Flaco Pérez fue un guardameta extraordinario del Saprissa, Cartaginés y la Selección Nacional.
Al salir del templo, nos acercamos. Alto, gentil, elegante, don Mario correspondió a nuestro saludo con su exquisita amabilidad. Para nosotros fue un honor estrechar la mano de una leyenda viviente, como el duende que camina, aquel héroe justiciero que trascendía de generación en generación y que los niños de los años 60 seguíamos, con genuino interés, en las ediciones dominicales de La Nación .