El árbitro: amigo del Cartaginés, enemigo de todos

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Hay pesares que unen. El árbitro, por ejemplo. O más bien sus errores. Sin ellos, al sentimiento brumoso le haría falta algo.

El aficionado del Cartaginés tiene fuertes vínculos. Aprendió a amar las décadas sin ser campeón, creció con el romanticismo de los mitos, entendió que el chiste ajeno lleva un poco de mofa y otro tanto de envidia (el saprissista, el liguista y el herediano no amarían tanto a su equipo sin los títulos conseguidos; al menos no pueden comprobarlo, como yo tampoco mi suposición).

Lo cierto es que el aficionado brumoso lo tiene todo para hacer causa común: las penas, el orgullo, la pasión. No necesita de nada ni de nadie, excepto del árbitro. Ese es indispensable.

Siendo un niño vi por televisión el gol brumoso mal anulado en la final del '79. En mis inicios como periodista atestigüé el penal en contra pitado casi dos metros fuera del área, en la final del '93. Ya con canas, puedo considerar injusto el combo de penal-expulsión en contra en el segundo juego de la final del 2013. Del primer juego no hablo, para no echar a perder esta columna con un par de tantos en posición prohibida a favor del cuadro de la Vieja Metrópoli.

No hace falta aclarar —supongo— que los fallos arbitrales van y vienen, un día favorecen y al siguiente perjudican. Tan solo diré —con el afán de reforzar esas desventuras que fortalecen— que el fútbol es un deporte de 22 tipos detrás de una pelota y un árbitro pitando en contra del Cartaginés.

Las injusticias son más injustas si afectan al cuadro de Fello Meza, así lloren todos los demás con razón o sin ella.

Razón tienen muchos en quejarse, con ejemplos de sobra en las últimas jornadas, si bien no son los árbitros los únicos malos de la película.

El otro día, viendo un partido de nuestro campeonato justo detrás de los banquillos, comprobé el acoso del que son víctimas los silbateros.

El árbitro de ese día hacía sus primeras armas, condición que algunos aprovecharon para hostigar desde los minutos iniciales. “Este puede ser su último partido, así que pite bien”, le gritaba un exjugador, hoy personero de un club grande. “¿Está nervioso?”, decía el técnico. “Griten —aconsejaba el exjugador a los futbolistas—. Él está pitando todo cuando gritan”.

El bombardeo no cesó en los 90 minutos, en clara estrategia de presión a quien luego criticaremos por pitar mal. Es, a fin de cuentas, el enemigo de todos.