Puntarenas Si hubo alguien que le aguantó todas las locuras a Daniel Quirós y nunca arrugó la cara cuando él decía que quería jugar fútbol, fue su mamá.
Tampoco le levantó regaños cuando su hijo se saltaba la barra del estadio Lito Pérez para jugar en la gramilla, aunque fuera por unos pocos minutos, antes de que el guarda lo persiguiera y obligara a salir de la cancha.
Nunca lo hizo, porque doña Marianella Quirós, sabe lo que es transpirar fútbol durante la semana e ir a patear los domingos.
De joven jugaba en el conjunto Deportivo Costa Rica, oriundo de San José, y viajaba desde Puntarenas a la capital para poder jugar. En ese entonces, con futbolistas como Karla Alemán y Xinia Contreras, quienes años después integraron la Selección que participó en el preolímpico de la Concacaf en el 2004.
“Podía pasar la bola o el jugador, pero no pasaban las dos”, afirma con orgullo doña Marianella al rememorar su posición de defensa central.
Una lesión en la rodilla la sacó de las canchas; sin embargo, aún mantiene viva la pasión, gracias a su hijo Daniel.
“Él es así desde niño, llegaba de la escuela y se iba a jugar bola con sus amigos, no tenía tiempo para comer ni para bañarse”, destacó doña Marianella.
Las preocupaciones que sufría cada vez que Daniel llegaba con una lesión a la casa, como cuando apareció con un brazo quebrado, después de que un arco le cayera encima, ahora son solo anécdotas.
La que cuida la gramilla. El 2011 fue un año dífícil para la familia, tras la muerte de la abuela Pilar, quien era un soporte económico.
Por la escacez de dinero, los Quirós no tenían ni para las tres comidas diarias, cuestión que casi aleja al pequeño de las canchas.
Sin embargo, la situación cambió radicalmente cuando Daniel logró consolidarse en el Primer equipo, gracias a la ayuda de los hermanos Yendrick y Bryan Ruiz.
Por su parte, doña Marianella consiguió trabajo en el estadio, como encargada de podar la gramilla del Lito Pérez por las mañanas, mientras que por las noches resguarda el inmueble.
Un año después, Daniel debutó en Primera División y anotó. Al terminar el partido llamó a su mamá para contarle su proeza; doña Marianella no había visto el partido, pues se encontraba trabajando.
Un momento emotivo como ese suele repetirse los domingos en el estadio Lito Pérez, cuando Daniel salta a la cancha dispuesto a sudar con garrra el nombre de su abuela Pilar, que lleva tatuado en la espalda y en su alma.