De vez en cuando la memoria se barre directo a mi espinilla, me da un codazo en el rostro o me hace una zancadilla y me deja fuera de juego; pero a veces hace jugadas de pared conmigo, me sirve un pase de lujo o me convierte en su socio de contragolpe y entonces afloran los recuerdos más extraños e inesperados.
Por ejemplo, el del lunes pasado: Álvaro Solano Artavia —mediocampista que derrochó fútbol con Alajuelense y Carmelita entre 1978 y 1993— bailando con ganas la canción Rock Me Amadeus , del cantante austríaco Falco (si no la conoce, puede buscarla en Youtube).
Esta remembranza se remonta a un baile que se celebró en la Escuela de Derecho, de la Universidad de Costa Rica, a mediados de la década de los 80, como parte de la Semana Universitaria.
Llegué allí en compañía de mis hermanos y algunos amigos en busca de una noche de diversión y me llevé la sorpresa de encontrar en pleno jolgorio, y en muy buena compañía, al futbolista manudo que más temor me provocaba cada vez que jugaba contra mi equipo, el Deportivo Saprissa.
No era para menos que así fuera. Álvaro Solano era uno de esos futbolistas que siempre tuvo claro que este deporte es más, muchísimo más, un asunto de cabeza que de piernas.
Sí, era inteligente, pícaro, genial, audaz, creativo, imaginativo, brillante, de ideas y ejecuciones rápidas y sorpresivas. Tenía claro qué hacer con el balón y sin él, qué hacer con los compañeros que empezaban jugando los partidos y los que quedaban en banca, cómo enfrentar a los rivales con sus fortalezas y debilidades, y cómo administrar la presión y la calma.
Álvaro no era de los jugadores que se enredaban con el grueso y maravilloso ovillo del fútbol, sino de los que llevaban el hilo, enhebraban las jugadas, tejían ataques, y sabían dar la puntada final.
Por eso no es de extrañar que haya ganado cuatro campeonatos nacionales con la Liga, un título de la Copa de Campeones de Concacaf y un subcampeonato en la Copa Interamericana, nada menos que ante el River Plate de Argentina.
Es lo que recordé este lunes cuando al caminar sobre la arena de playa Hermosa, en Guanacaste, me llegó el eco de Rock Me Amadeus ; no obstante, más que ver de nuevo a Álvaro Solano bailando esa canción, lo imaginé jugando y eché de menos su fútbol, su talento.