El día siguiente a la final perdida frente a Saprissa, Wilmer López dio la cara. Mientras el pueblo alajuelense lloraba la derrota, el legendario manudo lo arengó con una declaración de amor incondicional por la rojo y negra.
En la noche gloriosa en que la Liga conquistó la 30 se empezó a anunciar el documental de Lleida. Nadie se acordó del “Pato”, ni en esa hora del festejo ni en la casi autobiografía en que se convirtió el largometraje que pasó FUT TV en varios capítulos.
Menciono los dos hechos porque el documental no le hace justicia a la lucha manuda por esa 30. Agustín Lleida es uno de los pilares de la conquista, pero no el gestor universal de la misma. Ese autobombo parece innecesario e injusto.
Oscar Ramírez dejó un legado de 5 títulos en el Morera Soto y no hay un documento gráfico de ese paso glorioso del “Macho” por la Liga. Tampoco de los dirigentes y jugadores que ganaron seis torneos en fila para Saprissa. O, más meritorio, de quienes hicieron campeones a San Carlos y Pérez Zeledón, por primera y hasta ahora única vez en su historia.
Acepto que los tiempos han cambiado y que hoy es más fácil y casi una obligación mediática un registro audiovisual de los grandes momentos de los equipos. Pero sé que si esto lo hace Jafet Soto por la feliz década de su Herediano, por ejemplo, estarían ardiendo aun las redes por el derroche de ego.
La 30 es el producto de la lucha de muchos, incluso de los que cayeron en el intento. Es el resultado de aciertos y errores, entre los cuales hay de Lleida, del técnico Carevic, los jugadores y la directiva. Es, en mucho, producto del aporte de Joseph Joseph, sin cuya billetera la Liga no tendría ese laboratorio magnífico para hacer germinar el futuro rojinegro.
Bryan, Saborío, Moreira y Junior, entre otros, no llegaron solos al camerino. Los llevó Lleida. Ese es su mérito. Como igual hay que desaprobar la contratación de quienes no dieron la talla ni en este ni en torneos anteriores. Pero si alguien tiene crédito en esta historia es el 10 manudo, quien le dio al vestidor esa cuota de confianza que requieren los equipos ganadores y esa magia futbolera de los elegidos.
“El regreso de Ruiz”, “Al fin, Carevic”, “El portero de los títulos”, “La afición que nunca dejó de creer” o “Joseph Joseph, el padrino de la 30”. Cualquiera de esos títulos y un enfoque menos personalista, habría hecho más justicia a esta historia. Porque, como lo dijo López en aquella mañana de muchos mudos, “nadie es mas grande que la institución”.