Así que ya es un hecho: el Narciso del fútbol mundial ha decidido prodigar sus talentos, su belleza, sus goles en Turín, no en Madrid. Escogió el peor momento del mundo para decirlo: después de la final de la última Copa de Campeones de la UEFA, en Kiev. No fue un buen partido para él: Bale le robó el show con una chilena que competía en esplendor con la suya reciente. Pero él tenía que acaparar el protagonismo, y en medio del clima de festividad que reinaba en las tiendas del Real Madrid, anunció públicamente su traspaso a la Juventus. Aunque los rumores de la partida de CR7 se remontaban ya a larga data, la noticia cayó como un baldazo de agua fría sobre el madridismo, un domingo 7, una nota sombría destinada a arruinar la celebración del tricampeonato de la UEFA. Fue un gesto inoportuno, inelegante y egoísta.
Con su partida, CR7 abandona el mejor club del siglo XX, y emigra al calcio, una liga segundona, oscura, sin atractivo mediático, hiperdefensiva, donde los equipos enteros juegan con uno, quizás dos hombres en punta, con una afición que lo acogerá sin duda como a un dios, pero no le perdonará marcar menos que los 50 goles anuales que le hacía al Real, y no tendrá piedad de la inevitable merma de sus talentos: ya corre menos, ya es menos explosivo, y por mucho que -como todo Narciso- se dedique al culto de su cuerpo apolíneo, el tiempo es un bárbaro de la estofa de Iván el Terrible: ahí donde sus ejércitos pasan, no vuelve a crecer la hierba.
Pero él está convencido de que singlehandedly va a elevar el nivel de la Juventus, y con ella la de todo el Calcio, de que ganará la Copa de Campeones -mejor aun si es contra el Real Madrid-. Cree que pondrá a todo el equipo a jugar para él, y que no echará de menos los centros de Marcelo, las combinaciones con Bale, los balones en profundidad de Modric y las desequilibrantes excursiones de Cisco. Eso cree, nuestro superhombre, sí. Siempre esa insaciable, infinita necesidad de ser amado. Todo el amor del madridismo no era suficiente. Ahora urgía subyugar, enamorar a Turín. Ya veremos qué le sucede. Es un hombre de retos, de desafíos, pero creo que esta vez ha sobrevalorado su carisma y sus poderes. Su gargantuesca sed de amor podría jugarle una mala pasada.