La mercachiflería se disfraza de ecumenismo en el fútbol

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Una reflexión sobre el “ecumenismo” inclusivo, universalista y “democrático” de la FIFA: aumentar la cantidad de participantes al campeonato mundial. No nos engañemos: la iniciativa obedece a la endémica mercachiflería de la organización. Con los 32 equipos que participan actualmente, nos vemos expuestos a un altísimo coeficiente de mediocridad. ¿Un choque Moldavia - Albania? ¿Andorra - Malta? ¿San Marino - Laos? ¡Cielo santo, qué emoción!

Rechazo la tendencia “inflacionaria” a aumentar el número de cupos. Echo de menos los campeonatos de 16 participantes divididos en 4 grupos. Comprendo que la geopolítica planetaria ha cambiado: hay más países hoy en día que en 1970 (Yugoslavia se atomizó en seis países). Pero un campeonato mundial no es un mariachi o una rondalla de provincia, sino el coro de la Abadía Westminster: solo deberían estar en él las más excelsas voces del mundo. La inclusividad avillaniza el torneo. El criterio de inclusión debería ser aristocrático y meritocrático, no hincarse ante el prurito mercantil, que se disfraza de ecumenismo y universalismo democrático.

La nueva autoridad cesaropapal de la FIFA, Gianni Infantino, “amenaza” con que el mundial de 2022 será jugado por 48 equipos. La Concacaf y la Conmebol podrían ser fundidas en una sola confederación para efectos calificatorios: un disparate. El formato de los 16 equipos se instauró en el mundial Suiza 1954. Para España 1982 el margen se aumentó a 24 selecciones. Blatter expandió el número a 32 en Francia 1998. Ahora, Infantino, en gesto de magnánimo universalismo, le abre los brazos a 48 cuadros.

Infantino tiene una deuda política que cancelar con África y Asia, responsables por su elección en la mancillada silla de Blatter. Abriendo la cuota de participantes a 48, cancela su débito con los súbditos que lo pusieron donde hoy está. De paso, explota a fondo los jugosísimos mercados africano y asiático. Ustedes saben: For a few more dollars. Por lo que a la Concacaf atañe, el nuevo sistema le significaría una plaza más. No la merece. La justa perderá en solemnidad, en realeza, en prosapia, se convertirá en un bazar, un mercado chino, un escaparate de la mediocridad: el evento se banalizará inevitablemente.