Buenos Aires. EFE Unas 80.000 almas callaron en el cierre electrizante de un duelo histórico.
Preparaban con canto y “victoria” el ansiado retorno al clásico River Plate-Boca Juniors, hasta que un balón, como caído del cielo, le permitió a Walter Erviti ensartarlo en las redes de Marcelo Barovero.
El 2 a 2 no solo marcó el empate boquense tras el último aliento, al 91’. También fue un voto de justicia en función del equilibrio.
River ganaba con relativa comodidad, 2 a 0. Sin embargo, a tono con la estirpe del clásico, Boca jamás cejó en su empeño. Primero fue a acortar distancias; después, dardo, empate y silencio de la multitud del Monumental de River.
River estaba dispuesto a expresar su desahogo del tramo más triste de su historia, un año de pesadilla en la segunda categoría, en un partido que dominó desde el comienzo y que ganaba hasta el 75’.
A Boca se le caía el mundo encima después de cuatro jornadas sin victorias (dos empates y dos derrotas), pero no reaccionaba hasta que en el último tramo del duelo descontó y consiguió el empate más importante del año.
Un Boca Juniors en caída libre no parecía capaz de recuperar su poder de fuego, mojado con 14 goles anotados en 12 jornadas, ni de fortalecer su defensa con igual cantidad de encajados.
También necesitaba volver a tomar el aliento perdido para provocar una alegría en sus aficionados, lo que consiguió finalmente.
El partido tuvo un comienzo de alto voltaje. A los dos minutos, Leo Ponzio abrió el marcador para River con remate por falta que Agustín Orión “se comió”, posiblemente tapado por sus compañeros.
En la segunda parte, Boca salió dispuesto a presionar. Sin embargo, fue Rodrigo Mora quien eludió a Orión para marcar el 2 a 0, al 70’.
Pero a los 75 minutos, de penal, el uruguayo Santiago el Tanque Silva anotó y revivió a Boca.
La expectación creció en el cuarto de hora final. Los visitantes pasaron a comandar las acciones con una jerarquía de la que habían carecido a lo largo del primer tiempo.
Entonces, el gol de Erviti al 91’, marcado sobre la salida del guardameta Barovero, instaló el silencio en los de la franja roja y confundió en un abrazo a los sudorosos auriazules del barrio de la Boca.