Iglesia y sociedad

La verdad va más allá de lo ideológico

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Hay dos formas diversas de entender la Iglesia. Por una parte, la Iglesia se puede definir desde la Teología. Esto implica, necesariamente, un conjunto de conceptos que remiten a Dios y que explican la relación de los seres humanos que pertenecen a ella como llamada divina. La razón teológica, pues, se encuentra siempre en la esfera de lo ideal y lo esperado, pretende interpretar lo que la Iglesia es a lo largo del tiempo, y trata de encontrar lo constante y trascendente. Por otro lado, podemos entender la Iglesia desde lo histórico concreto, e inmediatamente nos remitimos a su institucionalidad y a las relaciones que ese conjunto de personas tiene con otros colectivos. Y, desde este punto de vista, podemos concretar nuestra percepción a lo que la Iglesia en Costa Rica tiene de significativo en el desenvolvimiento de nuestro ser como pueblo o nación.

Nos es necesario, y la experiencia así lo indica, que ambas formas de entender el fenómeno eclesial coincidan. La segunda puede existir sin la primera porque tiene vida propia, en el sentido que la vida institucional no siempre sigue los lineamientos de un deber ser teológico. Esto se explica porque las situaciones cambiantes de la vida y la percepción que de ella tenemos los seres humanos nos hacen tomar caminos muy diversos, no siempre acordes a ideales. Pero nos interesa resaltar un hecho: la razón teológica de la Iglesia no se juega en la mera abstracción conceptual, sino en el aquí y ahora de su actuar; este es lugar que define lo que la Iglesia es en concreto. Para ser más claros, la explicación teológica de la Iglesia se convierte en ideología alienante cuando su realidad histórica la desmiente. Teología e historia están intrínsecamente unidas, y eso porque la fe cristiana tiene como centro la confesión de la encarnación de Dios en la vida de los seres humanos.

Complejo proceso. Esto nos lleva a otra afirmación importante: lo que pensamos que la Iglesia es, se encuentra determinado por la acción de Dios en nuestra propia vida. Sería absurdo, por tanto, entendernos desde premisas construidas a priori, sin detenernos a pensar lo que el evangelio y Jesús pesan a la hora de tomar nuestras opciones. Y esto no es algo obvio, es en realidad un complejo proceso, en el cual actúan la razón y la fe que contemplan lo vivido como lugar del encuentro con Dios. La Teología es siempre un momento segundo, que necesita de la vida concreta para tener vigencia. Y eso significa que no siempre encontraremos coherencia entre lo que somos y lo que Dios hace en la vida de los seres humanos. A esta conciencia la llamamos conversión.

Por eso, cuando Dios no se refleja en la vida institucional, la Iglesia pierde credibilidad. Esto nos debe alertar porque no podemos perder de vista nuestro compromiso. En efecto, cuando dejamos que las cosas importantes pasen, sin que como Iglesia digamos o hagamos algo, nos quedamos atrás de los demás. Hay situaciones y conflictos en los que la Iglesia tiene que intervenir, si bien no siempre desde la autoridad de quien ostenta la verdad. Porque el gran peligro de anteponer la Teología a la vida concreta se encuentra en la pretensión de monopolizar a Dios y, por ende, su palabra. La función histórica de la Iglesia es ser sacramento, y eso significa ser portadora de la salvación, que no necesariamente se identifica con doctrina en circunstancias concretas, sino con crear lugares de encuentro, diálogo y crítica amplia y constructiva. En otras palabras, ser promotora de fraternidad. Porque la verdad es un asunto que va más allá de lo ideológico. No siempre significa ir contra corriente, sino estar a favor de lo que nos hace reconocer con más facilidad nuestra dignidad ser personas.