Con las elecciones presidenciales a la vista, el hombre clave de Rusia ha elevado los decibeles de su retórica hasta amenazar al planeta con una nueva generación de armas nucleares. Con la mirada puesta en Washington y su público en Moscú, Vladimir Putin ha optado por jugar sus cartas de innovación estratégica con un maletín de armamentos novedosos, sobre todo, misiles nucleares.
Curiosamente, en la cola belicista moscovita, el lunes aparecieron mortalmente enfermos en un parque londinense un antiguo agente soviético retirado en el 2013 en Gran Bretaña junto con su esposa rusa. La dolencia que les aqueja semeja el caso Litvinenko, otro exespía retirado que envenenaron con elementos radiactivos en Londres, donde falleció. El caso apenas empieza y se esperan noticias más detalladas. Este es otro rostro del vengativo émulo de Stalin.
Sin embargo, hay una situación externa que también desdora a Putin: la horrenda carnicería humana que tropas sirias, apadrinadas por Rusia, llevan a cabo en Guta, enclave oriental de Damasco en el teatro más amplio de la guerra en Siria. Además de golpear mortalmente y degollar a hombres, mujeres y niños, los hospitales informan también de un intenso olor a gas tóxico. Los sirios tienen una vieja tradición de liquidar poblaciones enteras con gases, como el sarín, que la comunidad internacional ha prohibido.
El régimen de Bashar al Asad ha utilizado armas químicas unas 200 veces en el presente conflicto. Cabe recordar que Asad padre mandó a liquidar a miles de campesinos disconformes con su dictadura, mediante gases. El episodio de días recientes fue denunciado ante la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, la más grande e importante institución fiscalizadora internacional que ya inició una investigación de los casos reportados en Guta.
Lamentablemente, el sufrimiento impuesto en el enclave se ajusta al patrón que tantas veces se ha producido en el pasado. Los gases se combinan con la destrucción de hospitales y escuelas y el bloqueo de ayuda humanitaria para aniquilar a la población civil. Es la misma historia de Alepo, de los campos de la muerte en Camboya, del Kurdistán iraquí, del sitio de Sarajevo y Srebrenica y del capítulo de Darfur.
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No cabe duda de que para fines didácticos y de justicia, Asad debe ser remitido a la Corte Penal Internacional para que la posteridad y el mundo conozcan sus crímenes en Siria. A Putin, ya le llegará su hora.
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