Llegué puntual al teatro, con el corazón hecho un puño. ¿Cómo no habría de emocionarme ir al homenaje de la Poltro ?
La recuerdo en las tablas; imponente, inolvidable. Fuerza, carácter, pasión actoral y una voz característica, inconfundible. Siete de la noche. Pasan unos minutos y poco a poco se ilumina el escenario: así van apareciendo, con esa magia que permiten las luces, uno a uno, algunos de sus vestidos. De pronto, es a ella a quien vemos, sentada y mirándonos a quienes colectivamente somos, una vez más, un público rendido a sus pies.
No aplaudimos esa noche por su última actuación. Aplaudimos, de pie y a más no poder por todas sus actuaciones, por su vida entregada al teatro, por su calidad interpretativa reconocida por múltiples y honrosos premios, por haber sido forjadora e ilusionadora de las generaciones de actrices y actores que le siguieron. Su sobrina la describió como “rompeesquemas y rompecotidianeidades”.
Entre las múltiples anecdótas que contaron Guido Sáenz, Anabel de Garrido y Álvaro Marenco destaco esta, narrada por Daniel Gallegos: en sus primeras incursiones teatrales y para evitar contrariar a su familia con el hecho de que se dedicara al teatro, usó un seudónimo con el que actuó en Guatemala, en una actividad en la que “Paula Duval” fue elegida la mejor actriz centroamericana y se convirtió, desde entonces, en Ana Poltronieri.
Justo reconocimiento. En el simbólico recuerdo que le entregó el Ministerio de Cultura y Juventud, se lee: “Precursora y baluarte del teatro costarricense”. Reconocimiento a una vida dedicada al teatro de quien actuó en las representaciones más importantes en esa época que hoy añoro y en la que desfilaban por nuestros escenarios las obras más importantes de la dramaturgia nacional e internacional.
No niego que extrañé en el público a Lenín Garrido y a Samuel Rovinski, pero creo que, de alguna forma, han de haber estado allí y festejado esa época dorada de la que fueron pilares esenciales, en ese teatro que también fue de ellos.
A quienes fuimos a rendirle homenaje, la Poltro nos regaló unas palabras, con esa voz tan suya. La directora del Teatro Nacional nos invitó a saludarla. Así terminó mi noche, sumándome a la fila para decirle simplemente: ¡Gracias!