En su artículo intitulado “El fin inminente de la revolución bolivariana”, don Óscar Arias concluye que la realidad es que Venezuela representa el “fracaso de un modelo que ya no hay forma de subvencionar”, y expresa su esperanza en que se produzca “un cambio” “una transición democrática” y “que suceda en forma pacífica”. Pero ya no se puede. Es demasiado tarde.
Manicomio. Todo se inició con el extraño control que Fidel ejerció sobre Chávez. El teniente coronel, dice Montaner, “encontró en Castro una especie de guía espiritual y política que le indicaba lo que tenía que hacer, y cómo y cuándo debía llevarlo a cabo. Fidel era su gurú, su padre moral, su protector contra los peligros que lo acechaban en Venezuela. Todo lo que Fidel necesitara y le pidiera era válido. Chávez se entregó al comandante de pies y manos”. Era una relación enfermiza, de locos, o una brujería caribeña.
Don Carlos Alberto opina que Chávez murió convencido de que la Casa Blanca era, realmente, la guarida de Satán: “Solo así se explica que afirmara, sin asomo de duda, que el terremoto que devastó Puerto Príncipe fue el resultado de un arma secreta del Pentágono”.
Por su parte, el presidente Maduro reveló que el fallecido líder se le apareció, mientras estaba orando, en forma de “un pajarito chiquitico”. Con semblante serio, criticó a la oposición por reírse de él.
Venezuela es, hoy día, un manicomio, pero con los loquitos armados. Montaner opina que Venezuela no marcha hacia una revolución o contrarrevolución política sino “hacia un saqueo nacional, monstruoso y definitivo, que llegará a los hoteles y a las casas suntuosas, dondequiera que haya comida”. O sea, el caos.
La cifra total de muertes por asesinatos en todo el país era de 4.450 en 1998 – antes de Chávez– y en el 2014 las muertes violentas alcanzaron 24.763. Entre el 2005 y el 2007, Chávez compró $4 billones en armas. A la gente común y corriente le repartió 100.000 Kaláshnikovs entre los cuales habría miles de maleantes.
Grupos paramilitares. Sumado a esta violencia apolítica, están otros grupos que presagian peores males. Chávez creo pandillas paramilitares de apoyo para su gobierno y las armó hasta los dientes con armas pesadas. El colectivo Alexis Vive, uno de estos grupos, prospera y crece en los tugurios de las laderas en el occidente de Caracas. Su cuartel general está bordeado de murales con la imagen del Che Guevara fumando un puro. Fueron estos quienes destruyeron las oficinas principales de la televisora Globovisión, el último de los canales de oposición. El colectivo es apenas uno de los aproximadamente 40 que existen.
Reserva civil y partisanos. Chávez armó también hasta los dientes a una nueva “reserva civil”; además, dotó de armamento a lo que llamó “partisanos” (personas sin entrenamiento militar) para el evento específico de que se produjeran sublevaciones dentro del Ejército. Uno de estos grupos es el Frente Francisco de Miranda, de gran capacidad bélica.
Fuerzas armadas. Venezuela posee dos fuerzas armadas: una es un grupo poderoso, pero minoritario, conocido como los narcogenerales. Fue creado por el habilísimo servicio de inteligencia cubano. En febrero del 2012, Transparencia Internacional destapó y condenó “la grosera injerencia de la Policía política y el Ejército cubanos en Venezuela”.
Hoy, nadie en el entorno de Maduro se atreve a hablar sin miedo a los micrófonos de La Habana. El ministro de Defensa venezolano, Diego Molero, está en permanente contacto con el general cubano Alejandro Andolfo Valdés. El plan de los isleños es consolidar a Nicolás Maduro en el Ejército venezolano.
Los cubanos han tenido buenas razones para temer que si el chavismo muere, se lleve a la tumba la Revolución cubana, y los 100.000 barriles de petróleo diarios y los copiosos subsidios que Venezuela le concede a Cuba estarían en riesgo. Como respuesta a esta eventualidad, el servicio secreto cubano se apresuró a organizar un chavismo sin Chávez.
Durante años, Chávez recibió informes semanales sobre la participación de los narcogenerales en el tráfico internacional de drogas. En declaraciones a la DEA, el magistrado venezolano Eladio Aponte detalló cómo se desarrollaba el negocio. Maduro no se atreve a terminar con el tráfico porque teme perder su presidencia. Se lo impiden los mismos narcogenerales, quienes velan por su bolsa y por su misma vida.
Otro ejército. El segundo grupo se compone de oficiales de bajo rango. Estos resienten el control que ejerce el chavismo sobre sus fuerzas armadas y el favoritismo hacia los oficiales pro chavistas.
Pero de mayor riesgo para la lealtad normal que debe existir en las fuerzas armadas, es que estos oficiales se han politizado. Ellos rechazan la infiltración de su Ejército por la inteligencia cubana y se resisten, especialmente, a verse obligados a cumplir con la orden del chavismo de pronunciar su juramento al estilo de Cuba: “Patria, socialismo o muerte”.
El hecho es que el Ejército venezolano está inexorablemente dividido entre los narcogenerales y el resto de los oficiales. Y ambos bandos están armados y dispuestos a luchar por lo que los divide.
Sindicalistas. Los sindicalistas tienen mucho que cobrarle al chavismo, pues Chávez eliminó las convenciones colectivas, que hasta entonces eran su mayor conquista laboral, e intentó tomar la principal confederación sindical, pero los sindicalistas resistieron. Docenas de agremiados están siendo procesados judicialmente y veintenas han sido asesinados por agentes del Gobierno.
Lo más ominoso para el régimen chavista, sin embargo, es que los sindicalistas de la industria petrolera están también divididos políticamente y tienen dos poderosos medios de defensa a su favor: portan armas pesadas y son los paladines en la defensa de sus pozos de petróleo. Uno de estos grupos está en constante confrontación con el gobierno de Maduro.
Estas circunstancias vaticinan que la industria petrolera podría convertirse en el mayor detonante de la lucha armada en Venezuela. Quien controle los pozos, controlará la economía del país.
Ajuste de cuentas. En agosto del 2005, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, proclamó el resurgimiento del comunismo. Anunció: “Podemos decir, con Carlos Marx, el fantasma vuelve a recorrer el mundo”. El “socialismo del siglo XXI” siempre fue un comunismo encubierto con el antifaz de las elecciones fraudulentas. Prometió, además, “una revolución social" que precedería “una época de oro." Una década más tarde, la anarquía crónica está a punto de reventar en Venezuela. Un ingenioso cubano se encargó de describir al creador de este fantasma, Carlos Marx, como “un viejito con barba que inventó el hambre”; el hambre y la represión.
El disparate de socialismo del siglo XXI es ya irrelevante y no es reformable. Hay que enterrarlo, como sucedió en Europa del este. Un narcoestado como Venezuela, sin un Chávez que lo controle, está probando ser imposible.
Los gánsteres que gobiernan Venezuela no tienen lealtades políticas genuinas, solo intereses personales. Ante la percepción del caos, lejos de pactar un acuerdo pacífico con la oposición, están “radicalizando el proceso” mediante la represión.
Cualquier parco incidente –protestas por la carencia de un medicamento vital para la existencia, por ejemplo– puede ser la chispa que detone una violencia anárquica que terminará con el país.
El autor es médico.