Una solución euroasiática para las crisis de Europa

El riesgo es que el actual punto muerto cause una crisis más profunda entre Rusia y Occidente

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MOSCÚ – Más de dieciocho meses después de que el expresidente Viktor Yanukovych fuera derrocado (y se exiliara), la crisis de Ucrania está en un punto muerto. Crimea ha sido reabsorbida por Rusia (lo que muchos consideran una anexión), gran parte de la Ucrania oriental está en manos de los rebeldes prorrusos y las relaciones entre Occidente y Rusia son más tensas que en cualquier momento desde los primeros tiempos de la guerra fría.

Pero ¿puede alguien afirmar que ha obtenido alguna ventaja? Quienes querían ver a Ucrania anclada en Occidente o imaginaban que las sanciones aplicadas a Rusia incitarían a un cambio de régimen en el Kremlin, mediante un golpe de palacio o un levantamiento popular, han visto frustradas sus esperanzas: la popularidad del presidente Vladimir Putin es tanta como siempre.

En Rusia, quienes predecían el inmediato colapso de Ucrania y la creación en sus provincias orientales y meridionales de una Novorossia prorrusa han quedado igualmente decepcionados.

La tragedia estriba en que el precio de esas falsas ilusiones ha sido extraordinariamente oneroso desde el punto de vista humano –la cifra de muertos causados por la inobservancia del cese del fuego en la Ucrania oriental ha ascendido a más de 6.000 desde abril del 2014– y peligrosamente alto también desde el punto de vista geoestratégico. Parece que los dos bandos están dispuestos a combatir “hasta el último ucraniano”.

Como he sostenido desde hace mucho, nunca fue probable que Rusia cediera. Después de verse empujada contra la pared por más de dos decenios de expansión occidental –ya fuera por la ampliación de la Unión Europea o de la OTAN– en una parte de Europa que considera decisiva para su seguridad nacional, los rusos creen que tienen la altura moral para defender sus intereses.

Ahora, con los dos bandos intercambiándose acusaciones en una atmósfera de desconfianza mutua, el peligro radica en que el actual punto muerto cause una crisis mucho más profunda entre Rusia y Occidente. Las dos partes necesitan encontrar una solución; sin embargo, pese a haber resultado victorioso en la guerra fría, Occidente no solo parece haber perdido la paz, sino, además, estar a punto de volver a dividir a Europa, y eso está ocurriendo en un momento en el que todo el continente, incluidos Rusia y muchos otros Estados euroasiáticos, afronta la amenaza del extremismo islámico.

También está sucediendo en un momento en el que las dos partes de Europa están buscando una nueva identidad geopolítica o incluso espiritual. Mientras la UE lidia con problemas de migración e integración, Rusia se aleja de un rumbo económico y cultural eurocéntrico hacia una opción euroasiática. Y los Estados Unidos –al menos durante la presidencia de Barack Obama– se han retirado a un semiaislamiento y han dejado atrás zonas de inestabilidad preocupantes y crisis irresueltas.

Entonces, ¿qué ocurrirá a continuación? Como tanto la Europa occidental como la oriental están plagadas de conflictos y estancamiento económico, los cinco siglos de predominio europeo en el mundo están tocando a su fin. Ahora la realidad, tras el fin de la supremacía bipolar de los Estados Unidos y la Unión Soviética y una breve fase “unipolar” a raíz del desplome de la Unión Soviética, es la de que estamos en un mundo “multipolar”.

Esta puede resultar también pasajera, cuando dos nuevos macrobloques geopolíticos cobran fuerza en el siglo XXI. Uno está centrado en los Estados Unidos y su ambición de concluir el Acuerdo de Asociación Transpacífica (AAP) y la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (ATCI).

El segundo macrobloque es la Gran Eurasia, compuesta por China, Rusia, Kazajistán, el Irán y posiblemente la India. En mayo del 2015 se establecieron unos sólidos cimientos para ese proyecto con el acuerdo entre Rusia y China para coordinar la Unión Económica Euroasiática (UEE), encabezada por Rusia, y la iniciativa de Xi Jinping sobre la Ruta de la Seda, encaminada a acercar más a China las economías del Asía central y las de más al oeste.

La cuestión es si esa Gran Eurasia puede ayudar a Europa a encontrar una vía para abandonar su actual callejón sin salida en materia de seguridad. No cabe duda de que en Europa algunos preferirán fortalecer la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), pero la verdad es que esta, por cargar con su historia en la guerra fría y su incapacidad para mantener la paz después de ella, está demasiado empañada para desempeñar un papel decisivo.

Una opción sustitutiva podría ser un diálogo entre la UE y la UEE, pero sería complicado porque la UEE persigue una relación más estrecha con China y sus aliados de la Ruta de la Seda. Un método mejor sería el de invitar –lo antes posible– a China y a los Estados euroasiáticos a crear con el tiempo un espacio económico común desde Shanghái hasta Lisboa.

Existen posibilidades evidentes de que la UE se relacione constructivamente con la Organización de Cooperación de Shanghái (creada en el 2001 por China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán y en la que está previsto que en el año próximo ingresen la India y Pakistán).

El fracaso del antiguo marco requiere un esfuerzo para crear uno nuevo, comenzando con un diálogo sobre la cooperación euroasiática para el desarrollo y la seguridad, en el que participen China y los países europeos y euroasiáticos.

Nada de todo ello convertirá en superfluas la OSCE y la OTAN y ese no debería ser el objetivo de nadie. Lo que importa para resolver los conflictos actuales –ya estén activos o supuestamente “congelados”– es la creación de un marco más amplio de cooperación y diálogo entre la UE y lo que yo llamo Gran Eurasia.

La cuestión pendiente en esa situación hipotética se refiere al papel de los Estados Unidos. ¿De verdad quieren permanecer en un semiaislamiento con la esperanza de ser llamados a ocupar el centro del escenario en algún improbable “momento unipolar” futuro?

Esperemos que haya unos Estados Unidos listos para actuar como coparticipes responsables en un mundo más justo.

Sergei Karaganov es decano de la Escuela de Economía Mundial y Relaciones Internacionales en la Escuela Superior de Economía de la Universidad Nacional de Investigación y miembro del Grupo de Personas Eminentes sobre la Seguridad de Europa como Proyecto Común de la OSCE. © Project Syndicate 1995–2015