Oí hablar de Eduardo Lizano por primera vez cuando mi suegro me dijo, alrededor de 1965, que era un gran economista, muy inteligente y preparado, en quien su hermano Chico Orlich confiaba plenamente. Don Chico era entonces presidente de la República, y yo venía llegando al país después de una ausencia de 10 años.
En los años siguientes, continué oyendo hablar de su labor en el Banco Central, donde era presidente de la Junta Directiva, y en el IFAM, donde opinaba con gran acierto, como directivo, y se le respetaba mucho.
Nos encontramos en algunas reuniones técnicas y políticas a principios de los 70, y en 1974, como compañeros en la directiva del Consejo Nacional para Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit), iniciamos una sólida amistad que ha sido fecunda, especialmente para mí, por lo mucho que he aprendido de él.
Eduardo fue fundador del Conicit porque estaba convencido de la importancia capital de la ciencia y la tecnología para el desarrollo integral y sostenido de toda sociedad; en nuestras reuniones nocturnas y ad honorem , pude apreciar el rigor científico y la profundidad con que trata los temas y, en especial, su habilidad para polemizar y persuadir con firmeza y buen humor.
Su visión sobre los principios que rigen la creación de una institución, cómo se construye, financia, dirige y evalúa, así como su conocimiento e intuición para evitar o resolver los múltiples obstáculos que se oponen a una empresa de tal naturaleza, fueron de enorme valor para sacar adelante aquella obra pionera, que presidio Rodrigo Zeledón en sus primeros lustros.
Durante mis años como director general del Hospital Nacional de Niños, en varias oportunidades pedí su consejo en relación con diversos aspectos, y en múltiples oportunidades discutimos el futuro de la seguridad social y los problemas de organización de los servicios médicos de la Caja Costarricense de Seguro Social.
Mantuvo un constante interés por cuestiones como costo-beneficio en salud, cantidad o calidad de los servicios, prevención de enfermedades y salud pública, características de un sistema nacional de salud, equidad y desconcentración, etcétera. En su pensamiento siempre daba vueltas la solidaridad, la eficiencia y la reducción de la pobreza.
Nuestros diálogos, a veces enriquecidos por la participación de las esposas, continuó de 1994 a 1998 en París, donde recuerdo bien que cada vez que Eduardo llegaba a visitarnos, sabía perfectamente a cuáles lugares quería ir, qué obra deseaba escuchar o en cuál restaurante quería comer. Es una persona que sabe para dónde va y cómo llegar. Hasta la fecha, periódicamente nos reunimos para conversar sobre problemas nacionales, globalización, gobernabilidad en las sociedades abiertas y tomarle el pulso a la realidad del país.
Su personalidad. Eduardo es un ser humano excepcional no solo porque tiene una mente brillante, sino porque es una persona decente, sincera, honesta y profundamente patriota.
Sus bromas desconciertan a cualquiera, por originales y espontáneas; el buen humor con el que maneja sus relaciones es tan agudo, que algunas personas no pueden distinguir cuándo habla en serio de cuando está jugando con las palabras y los conceptos, como en un acto de malabarismo o prestidigitación.
Sorprende que su trato con el presidente del Banco Mundial sea igual al que usa con un chofer o con una mujer, pero su natural amabilidad desaparece cuando enfrenta la maledicencia de los terroristas profesionales, y entonces puede ser muy enérgico y terminante, y su carácter se vuelve recio.
Puede trabajar incansablemente y discutir durante muchas horas seguidas o escribir y leer toda la noche, sin que esto altere su buen humor o su lucidez. Lo mucho que lee lo comparte con sus amigos y alumnos, y les envía por fax los artículos que considera serán de su interés.
En general, sus actos, además de directos, tienen una forma elegante y poseen lo que llamamos calidad humana.
Mi retrato de Eduardo Lizano es el hombre delgado, de mediana estatura, de caminar rápido, de boca ligeramente entreabierta, de sonrisa franca, cuya conversación es sumamente ingeniosa, apoyada en una muletilla frecuente y un conjunto que irradia bondad y generosidad.
Edgar Mohs es médico.