La Jornada Mundial de la Juventud será, por mucho tiempo, el acontecimiento que ha congregado el mayor número de jóvenes de casi todos los países. La Iglesia está acogiendo en su seno a una nueva generación, que se identifica con la fe que viene profesando de un modo casi inmemorial.
Tres cuartas partes de esa juventud proceden de Europa y América del Norte, que son, sin embargo, los dos continentes donde es más fuerte la presión de una sociedad secularizada. Esa juventud que se acercó a Madrid ya no ha heredado culturalmente la fe; su respuesta a la llamada de la Iglesia es personal. Aun los nacidos en familias católicas han tenido que madurar su fe en un ambiente indispuesto, sino indiferente y aun hostil. Otros la han descubierto por caminos diversos.
Y es que la fe da sentido a la vida y nos abre las perspectivas de la eternidad. La fe nos espera sin polémica, basta la actitud de búsqueda para encontrarla. Jesucristo es el Verbo de Dios para todos los hombres de buena voluntad. Se nos hace presente como el verdadero Hijo de Dios, encarnado entre los hombres. Nos da la Iglesia desde hace XXI siglos como arca de salvación y el Papa, su vicario en la tierra, se presenta como una voz digna de toda confianza.
En medio de ese mundo, con su crisis de verdad y de comportamiento moral, esa generación joven es una buena dosis de optimismo. Su religiosidad nada tiene que ver con posturas ideológicas ni con la violencia. En muchos casos su modo de conocer la fe puede ser insuficiente, pero se habrán llevado a sus países el catecismo que se incluyó en sus mochilas de peregrinos. Sin necesidad de polémicas doctrinales, es suficiente abrir el corazón y la mente a la ortodoxia cristiana.
Es el momento histórico de vivir la fe sin complejos, sin reparos, con el crucifijo en la mano y en el corazón. Volver a redescubrir las devociones populares (cantos, viacrucis, cirios, etc.) que los mayores abandonaron ante las presiones secularizantes.
La Jornada Mundial de la Juventud, los caminos de Santiago reabiertos en Europa, las peregrinaciones, los viajes del Papa por los diversos países, son como despertadores de una nueva época que comienza.
En el acontecimiento de Madrid se juntaron espíritu de fiesta, gritos, cánticos y recogimiento ante el santísimo sacramento de la Eucaristía, el rezo del viacrucis, vigilias de oración, confesiones sacramentales. Esa impresionante multitud en silencio de adoración ante el Santísimo durante la vigilia en “Cuatro Vientos”, fue la fragua del crecimiento silencioso, arraigado en Cristo y firme en la fe.
Todos estos jóvenes así, de este modo, confirmaron su pertenencia a una Iglesia universal, sin barreras de cultos, de razas, de clases.
El clima de la Jornada Mundial de la Juventud ha sido un testimonio atractivo, que ha cautivado a millones de espectadores a través de los medios de comunicación, su alegría sin tumultos, amables, dispuestos a ayudarse entre sí, sin fanatismos, afectuosos, ha resultado ser un espectáculo que ha removido los corazones de muchas personas en el mundo entero.