Cuando escuché por primera vez a mi esposo decir “tengo cáncer”, tuve una serie de sentimientos encontrados. Miedo, angustia, tristeza. Pensé que poco a poco iríamos recibiendo la guía, información y apoyo necesario del médico a cargo. ¡Nada más lejos de la verdad! El médico nunca tuvo tiempo para decir o explicar nada y, en cuanto preguntamos, decidió dejarlo salir del hospital y enviarlo a la casa, solo con un anticoagulante y acetaminofén debajo del brazo.
Sin explicaciones, sin consejos, sin diagnóstico, solo con una epicrisis, cerrada con una grapa, donde se detallaba en términos médicos que el cáncer que sufre no tiene cura ni tratamiento, solo cuidado paliativo, al que, por supuesto, no fuimos remitidos. La única indicación era que debía sacar una cita para urología, para el mes entrante.
No logro explicarme qué hace la gente que sale del hospital en estas condiciones, sin la posibilidad de tener un médico amigo que le explique, o le ayude con algún colega a conseguir la ansiada cita con los encargados de cuidado paliativo. No comprendo para nada esa forma extraña que tienen los hospitales de nuestro país para operar, que finalmente solo termina afectando directamente al paciente, quien a su vez debe haber cotizado a la Caja por años, al igual que lo ha hecho mi esposo.
Además, me parece irrespetuosa la forma en que se trata tanto al paciente como a su familia. No puede ser que, porque uno no estudió Medicina, reciba respuestas sarcásticas. No puede ser que un guarda no te deje pasar a la visita (para la que además ya tuviste que hacer una fila de mas de media hora) porque llevas una Coca Cola en el bolso, sin saber que vas a ver a alguien que se encuentra en etapa terminal. No puede ser que no te den un permiso especial para estar con él mas tiempo porque, según la enfermera, ese tipo de permisos se entregan hasta que el paciente no pueda valerse por sí mismo. Es inconcebible que tu tarjeta de visita se venciera sin que lo notaras, y que llegues a renovarla y te digan que ya se le entregó una tarjeta a nombre de ese paciente a un empleado del hospital, y la explicación que recibes es que la política del hospital permite que los empleados utilicen las tarjetas de los pacientes cuyos familiares no las han retirado... ¡Sin palabras! Qué falta de respeto al dolor ajeno.
Me pregunto si el médico a cargo del caso de mi esposo podrá dormir tranquilo cada noche, sabiendo que tiene un cáncer y solo acetaminofén para combatir el dolor. Pero lo que más me duele es la pobre gente cuyos recursos no le permiten alquilar una cama de hospital, o un tanque de oxígeno, y no les queda más remedio que sentarse a ver cómo su ser querido se retuerce del dolor y muere lentamente por la falta de oxígeno.
Quisiera que mis palabras ayudaran a cambiar todo esto. Quisiera poder decirle al doctor en la cara cuánta repugnancia me causa pensar que, si le hubiéramos pagado “por aparte”, tal vez las cosas habrían sido muy distintas. Quisiera poder gritar y que todo el mundo escuchara, pero sé que va a ser imposible que la queja de una esposa logre cambiar el maltrecho sistema que gobierna no solo en nuestros hospitales públicos, sino también y, lamentablemente, en nuestro pobre país.
Gracias a Dios en nuestra vida hay un montón de ángeles que de una forma u otra nos han tendido la mano. Gracias a ello, conseguimos el medicamento adecuado para ayudar a mi esposo a tener una muerte digna. Gracias a ello, él cuenta con el equipo adecuado, y está calmado, en su casa, rodeado de cariño y cuidados.
No dejo de pensar en aquellos que no han tenido la misma suerte, y tampoco pierdo la esperanza de disfrutar algún día de todos los beneficios de un sistema de salud digno para todos.
No hay que olvidar que la soberbia no es ni será nunca una buena consejera. Que aquellos que optaron y tuvieron la oportunidad de estudiar una carrera como la Medicina, deben tratar de tener siempre presente que, aunque no estén preparados en cuidado paliativo, no pueden olvidar que todos merecemos respeto, que deben cumplir con un juramento y que la dignidad debe mantenerse hasta la muerte.