Mientras el mundo habla de resolver problemas y ejecuta, nosotros encontramos los problemas, celebramos los goles, seguimos acomodados viendo programas criollos mediocres, celebrando logros ajenos….
Y aunque duela afirmarlo, debemos reconocer que nos hemos acostumbrado a la mediocridad y a la orfandad intelectual política. Esos dos fantasmas nos tienen en la calle, perdiendo terreno entre las naciones más competitivas.
Siente uno orgullo cuando salen a la luz noticias de jóvenes costarricenses que están realizando inventos e investigaciones y construyendo obras de ingeniería mundial, pero ¿se han dado cuenta de que la mayoría de ellos lo están haciendo en otro país, en otra nación que les ofreció más recursos y mejores oportunidades o fueron capitalizados por empresas globales?
La tan cacareada marca Costa Rica, para sobrevivir como cualquier empresa, necesita reinventarse y seguir siendo competitiva. Pero ¿seguiremos siendo competitivos en el 2050 sin obra pública importante, con las mismas calles, con precios más elevados… y prácticamente con los mismos huecos?
Innovación necesaria. Cómo país, tenemos que aprovechar nuestras ventajas. Posiblemente todos coincidimos en la importancia de incentivar la inversión y la innovación, junto con la formación y la educación de un capital humano que ame el país, eso indudablemente aumentará nuestra productividad.
Un país no puede sobrevivir a largo plazo si no consigue innovar, y eso también pasa por innovar a nuestras clases políticas.
El gran enemigo de la mediocridad es la clase política, establecida y bien arraigada en una zona de confort de lo conocido, de lo predecible. Acostumbrada a decirnos lo que nos gusta escuchar. Y para no herir susceptibilidades de esta clase política, no usemos la mediocridad en sentido peyorativo, sino literal. Como dice el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): mediocre: de calidad media, de poco mérito.
Hablemos, entonces, de una clase política en muchos casos populista, con poco contenido y visión, de gobiernos promedios o normales, amantes de la burocracia, de esos que estimulan nuestras papilas, pero no nutren lo suficiente.
Tenemos entonces que exigir, sí exigir una clase política con visión, que priorice y que no tenga cobardía para hacer las cosas con prontitud y eficiencia. Yo me niego a aceptar que esa “mediocridad” se transforme en la “nueva realidad”, pero eso pasa cuando al fin aceptemos que también cada uno de nosotros tiene una gran cuota de responsabilidad.
El autor es politólogo.