Desde que Albert Einstein llegó a la sorprendente conclusión de que la energía contenida en una masa es equivalente al valor de esa masa por la velocidad de la luz en el vacío al cuadrado, la humanidad cuenta con la energía suficiente para toda la eternidad.
Sin embargo, ha transcurrido casi un siglo desde entonces y todavía no disponemos de esa infinita energía en abundancia que sabemos existe por ser una ley física recomprobada por las bombas atómicas, y porque ahora sabemos que es con ella que nuestro sol y las estrellas de todo el universo brillan y radian energía.
Recurro a la historia de los grandes descubrimientos científicos como el de Einstein para recordarles a nuestros lectores que de la ley física al desarrollo de la tecnología de aplicación suelen transcurrir muchos años para alcanzar el sumo aprovechamiento en beneficio del desarrollo humano.
De manera que, si bien es cierto que ya existen vehículos con motores totalmente eléctricos o con celdas de hidrogeno, la inmediata sustitución de los motores de combustión interna a escala mundial todavía no es posible por razones de costo.
Dar tiempo. Tendremos que esperar algunos años más, y siempre serán los países industrializados, los fabricantes de los motores, los pioneros del cambio, no la conservadora, agrícola, idílica, tropical, dizque solidaria, estatista y soñadora República de Costa Rica.
Digo esto porque en los últimos días hemos venido leyendo desde ministros de Energía hasta predicadores ambientalistas del apocalipsis mundial, urgiendo a nuestra población para que sueñe con una Costa Rica libre de carbono, y que, con base en ello, exija políticas de Estado para lograr ese objetivo, incluso para lograr algo equivalente a ganarnos el mundial de fútbol, o sea, llegar a ser el primer país del planeta en no usar el petróleo y sus derivados.
Aunque ese sueño utópico implique seguir comprando e importando como buena economía siempre dependiente del extranjero toda la tecnología relacionada con las energías renovables, eólica y biomásica de Europa, geotérmica del Japón e Italia, solar de China, y despreciemos por razones míticas e ideológicas el recurso hídrico propio de estar en un istmo tropical, y el contar con gas natural en la desembocadura de lo que fueron nuestros grandes y caudalosos ríos tropicales.
Recursos propios. Eso es algo que ningún país en el planeta ha hecho, pues todos han logrado su desarrollo con base en los recursos energéticos con los que la naturaleza los ha premiado, primero con la madera, después con el carbón mineral, luego con el petróleo y el gas natural y, por último, como Islandia, con su geotermia y glaciares derretidos.
La medición de la eficiencia y su costo implícito en un proceso de conversión de energía es algo que muy probablemente los predicadores y los utopistas desconocen, y es la razón fundamental por la cual los cambios de tecnología no se dan con la rapidez con la cual los desearíamos.
Y antes de enterrar la hidroelectricidad con la cual Costa Rica fue durante varias décadas un país que producía el 100% de su electricidad con energía renovable al menor costo posible, sin fanfarrias o galardones mundiales obtenidos, tenemos que aceptar que la ruta hacia la independencia del petróleo pasa por varias etapas, entre ellas el uso extremo del potencial hidroeléctrico, por ser la tecnología de menor costo económico y ambiental, y mayor eficiencia en la conversión de la caída de agua en electricidad, del uso apropiado de nuestro gas natural, así como de nuestro petróleo, de existir, de nuestros desechos vegetales, y de nuestra soleada costa del Pacífico.
El saltar etapas tecnológicas de manera acelerada podría ser tan desastroso en costos económicos, como ya lo estamos viviendo, como el no hacer nada para reducir el costo de la energía que vamos a necesitar a futuro.
El autor es ingeniero.