En mis ratos libres, cuando las actividades pastorales durante la Navidad y el Año Nuevo me lo permitían, prendía la televisión para mirar por un rato los “toros a la tica”, como parte de la diversión en las fiestas populares.
Siempre me llamó la atención la osadía de los numerosos toreros improvisados, hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, frente a un toro, como espectáculo para una masa de espectadores llenos de entusiasmo y alegría, entre ellos muchos niños y jóvenes, y con la animación de un equipo de profesionales que, con premios, shows cómicos y chistes, algunos de mal gusto, incitan al público a aplaudir y celebrar todo cuanto acontece en el redondel.
Algunos seres humanos gustan de divertirse y hacer lucrativos negocios a costa del riesgo de sus semejantes, y hasta poniendo en peligro extremo su vida, el valor más sagrado que Dios ha concedido a cada uno, el cual debemos cuidar y respetar al máximo, porque con la vida no se juega.
La vida es frágil y todo daño o atentado cuesta repararlo, o al menos queda una huella que tenemos que cargar durante el resto de esta, y con un mayor sentido de culpabilidad, cuando libre y conscientemente se expone a consecuencias graves, que muchas veces no se miden.
Quien se valore y se quiera a sí mismo nunca buscará conscientemente un daño que pueda repercutir en su persona, en su familia y en la sociedad. Porque cuando pasan las fiestas, nadie se acuerda de los golpeados, heridos y hasta fallecidos, y sus familias quedan en un completo desamparo.
Ya en tiempo del Imperio romano ocurría algo semejante con los esclavos que echaban a los leones hambrientos en el circo o los gladiadores para que lucharan hasta que alguno quedara muerto, para diversión de todos.
Gracias a la dignidad que devolvió la fe cristiana a los esclavos y la igualdad que recobraron terminaron aquellos repugnantes entretenimientos.
El toro es un animal que se debe cuidar y nunca maltratar, porque quien lo hiciera sería sometido a un castigo. Pero en la plaza se valora más al animal que al ser humano, sometido al maltrato y hasta con la amenaza de perder la vida por la furia del toro. Pareciera una situación contradictoria, cuando se defienden y se lucha con pasión por los derechos de toda persona humana.
En esta realidad descrita, existe algo más grave, que son las consecuencias que de ello se deriva para la salud pública. ¿Cuántos toreros improvisados fueron golpeados, fracturados y atropellados por los toros y se encuentran internados en algunos de los hospitales, varios de ellos gravemente afectados y en cuidados intensivos y hasta en peligro de muerte?
Lo lamentable es que la mayoría son jóvenes, por quienes sufren y lloran sus familias por las secuelas que los acompañarán a lo largo de su vida.
Ante este panorama de dolor con que comienzan el nuevo año tantas personas y familias por causa de estas corridas de “toros a la tica”, apelo al Ministerio de Salud, a la Caja Costarricense de Seguro Social, a la benemérita Cruz Roja Costarricense, todas ellas, instituciones que se preocupan y ponen sus mejores recursos para salvaguardar la salud de nuestro pueblo, para que este campo sea motivo de profunda reflexión y se busque otra forma de diversión, sin exponer a las personas a riesgos tan delicados en su vida y en su salud. Costa Rica es una nación que puede jactarse de uno de los mejores sistemas de salud y cuya expectativa de vida es una de las más altas del mundo. ¡Sigamos avanzando!
Para finalizar, exhorto a todos aquellos que sientan el deseo de entrar a una plaza y enfrentarse a la furia de un toro, para que no lo hagan por ningún motivo. Piensen en su dignidad, en lo que valen, procúrense un poquito de amor personal, tengan presente a sus familiares y, sobre todo, piensen en Dios, que les ha dado la vida como el regalo más precioso, y deben cuidarla por sobre todo.
El autor es obispo de Cartago.