LONDRES – Los partidos de extrema derecha van camino a ganar una predominancia sustancial en la próxima elección del Parlamento Europeo. Aunque los analistas difieren respecto de si esta ola populista está cobrando fuerza, si afectará seriamente la toma de decisiones políticas de la Unión Europea (UE) y si se mantendrá en las elecciones nacionales, tienden a coincidir en una cosa por lo menos: el respaldo a esos partidos suele basarse en un sentimiento antiinmigrante. Sin embargo, las apariencias y la creencia popular pueden engañar.
El populismo adopta muchas formas, y la lógica de su éxito varía de un lugar a otro. Pero el descontento económico (muchas veces asociado con el euro), el enojo ante el establishment político, el renaciente encanto que ejerce el nacionalismo y el sentimiento negativo hacia la UE son todos temas recurrentes, ya sea en el Reino Unido, Francia, Hungría, Italia, Grecia, Holanda o Dinamarca.
También es cierto que los inmigrantes figuran de manera prominente en la retórica populista en toda la UE. Pero sería peligrosamente erróneo concluir que la mera presencia de inmigrantes en Europa alimenta el apoyo a los extremistas. Se podría argumentar con más fuerza que es precisamente la falta de políticas efectivas para administrar la inmigración lo que ha alienado a los votantes europeos.
Sorprendentemente, la extrema derecha solo tiene una influencia débil en aquellos Estados miembros de la UE que han sido más proactivos a la hora de administrar la inmigración y la integración de los inmigrantes. Alemania, España, Suecia y Portugal, por ejemplo, han hecho más que la mayoría para abrir canales legales para la inmigración e invertir en la integración de los inmigrantes.
En esos países, el populismo no está cambiando fundamentalmente los contornos del debate político. En España y Portugal, por ejemplo, donde el desempleo es muy alto, los partidos populistas no están tan afianzados.
De hecho, los ciudadanos de esos países por lo general respaldan la inmigración legal y consideran exitosos los esfuerzos de integración. En Alemania, el 62% de las personas encuestadas por el German Marshall Fund perciben a la inmigración más como una oportunidad que como un problema, esa cifra llega al 68% en Suecia. En Portugal, ante la consulta sobre si los inmigrantes de primera generación están bien integrados, el 79% de los participantes respondió que sí, al igual que el 63% de los encuestados en España.
Al hablar abiertamente sobre la inmigración y ocuparse de las preocupaciones legítimas de los votantes, los políticos en estos países también han ayudado a anclar el debate público en la realidad. Definen a la inmigración como un desarrollo generalmente positivo que ayuda a mitigar los problemas de las poblaciones que envejecen y las brechas en el mercado laboral. En consecuencia, el miedo se apacigua: cuando se les consultó si los inmigrantes les roban empleos a los ciudadanos nacidos en el país, el 80% de los alemanes y el 77% de los suecos dijeron que no.
En lugares donde la retórica en torno a la inmigración pierde los estribos, como en el Reino Unido, las percepciones muchas veces son sumamente distorsionadas. El británico promedio, por ejemplo, cree que el 31% de la población del Reino Unido nació en el exterior, mientras que la cifra real es 13%. En Suecia, en cambio, la diferencia entre la percepción y la realidad es de apenas tres puntos porcentuales. El debate y la adopción de políticas basadas en la realidad pueden transformar fundamentalmente la dinámica negativa alrededor de la inmigración.
Los europeos también tienen muchos menos resquemores culturales sobre los inmigrantes de lo que podría sugerir la cobertura de los medios: el 69% de los europeos cree que los inmigrantes no plantean una amenaza cultural. Por cierto, casi las dos terceras partes –incluido el 82% en Suecia y el 71% en Alemania– dicen que los inmigrantes enriquecen su cultura nacional.
Por el contrario, los partidos de gobierno que no han pensado progresivamente sobre la inmigración, o que no refutan la retórica populista de manera adecuada (o directamente no lo hacen), son los que más sufren de cara a la elección del Parlamento Europeo. En efecto, al hacer poco por administrar la inmigración y la integración, algunos Gobiernos han cedido el control a contrabandistas, traficantes y empleadores explotadores, contribuyendo así a la división social y lentificando el crecimiento económico. No solo están dándoles poder a los populistas, cada vez se están pareciendo más a ellos.
Todavía hay tiempo para avanzar en una dirección más sensata. Los europeos en todo el continente siguen teniendo una postura equilibrada frente a la inmigración. En general, según el German Marshall Fund, al 62% de los europeos no le preocupa la inmigración legal. Por otra parte, son muchos los que concuerdan en que “los inmigrantes generalmente ayudan a resolver la escasez de mano de obra en los mercados laborales”. Estas visiones fundamentadas demuestran que hay lugar para un debate honesto sobre el papel de la inmigración en el futuro de Europa.
La escala de la inmigración debería ser una cuestión de debate público iluminado, que equilibre las consideraciones económicas, humanitarias y sociales. Los políticos que tengan la valentía de liderar una conversación de este tipo, de manera constructiva, podrían sorprenderse con la respuesta de la población.
Peter Sutherland, rector de la London School of Economics, presidente no ejecutivo de Goldman Sachs International y representante especial del secretario general de las Naciones Unidas para la Inmigración Internacional y el Desarrollo, fue director general de la Organización Mundial de Comercio, comisionado de la Unión Europea para la Competencia y procurador general de Irlanda. © Project Syndicate.