¿Cuándo debemos los ciudadanos desobedecer la ley para respetar la justicia? ¿Cuándo debemos oponernos al desempeño de un Gobierno por saberlo injusto? Esta pregunta clásica, uno de cuyos antecedentes filosóficos podemos encontrar en el diálogo Critón de Platón, es la que se hace y responde desde una perspectiva propia Henry David Thoreau en su ensayo
Quien esto escribió, aparentemente ignora que el pensamiento de Thoreau influyó en los movimientos liderados por Martin Luther King Junior y Mahatma Gandhi en sus respectivos contextos históricos, y que continúa influyendo en la práctica consciente de la desobediencia civil internacionalmente. Parece no querer además que nuestras acciones respondan no solo a la voluntad sino al pensamiento.
Nuestras acciones pueden basarse en mejores o peores voliciones y razones. Es pertinente, entonces, profundizar un poco en las ideas de Thoreau para que cada ciudadano decida si el pensamiento de este “gringo” tiene algo que aportar a nuestra vida individual, social y política en la Costa Rica del siglo XXI.
Esto no significa hacer lo que nos da la gana porque se nos ocurrió. Significa hacer lo que, según Thoreau, nos dicta el sentido moral; es decir, lo que él consideraba nuestra capacidad intrínseca de discernir lo justo de lo injusto en temas de gran importancia vital. Este discernimiento es fruto no solo del instinto, sino de la reflexión y la deliberación moral. De hecho, Thoreau consideraba que si cada persona actuase de acuerdo con los principios de justicia que le dicta su sentido moral, una revolución pacífica resultaría:
“La acción a partir de principios –la percepción de la justicia y su actuación– cambia las cosas y las relaciones. Es esencialmente revolucionaria”.
El anarquismo de Thoreau consistía en el ideal de que los seres humanos, al actuar basados en principios internos de justicia cultivados por la reflexión y deliberación, no requerirían principios externos para regirlos en su vida pública y social. No necesitarían, por ejemplo, un Estado como el
Por ello se planteó la pregunta: “Existen leyes injustas. ¿Debemos contentarnos con obedecerlas, o debemos esforzarnos por enmendarlas y obedecerlas hasta haberlo hecho, o debemos transgredirlas de inmediato?” Y respondió con su principio de desobediencia civil: “Si la injusticia es parte de la fricción necesaria de la máquina del gobierno, déjala ir, déjala ir: quizá se desgaste, ciertamente la máquina se desgastará (...). Pero si es de naturaleza tal que requiere que tú seas el agente de la injusticia hacia otro, entonces digo, rompe la ley. Deja que tu vida sea una fricción en contra de la máquina. Lo que yo debo hacer, en todo caso, es velar por que yo no me preste para la injusticia que condeno”. En suma, en algunos casos podemos permitir que la ley siga su rumbo, pues en el transcurso normal de la vida democrática se desgastará en su propia injusticia y se enmendará a su tiempo. Pero debemos desobedecer la ley de inmediato cuando esta nos obliga a actuar injustamente o a participar de una injusticia.
No pretendo aquí responder tales preguntas, ni tampoco sugerir que las ideas de Thoreau deban aceptarse sin ejercitar nuestro buen juicio crítico. Pero sí sostengo que sus ideas tienen aún mucho que aportarnos para cultivar mentes y corazones que guíen nuestras vidas individuales y sociales.