Una madre vuelve del trabajo y observa, en una nota pegada sobre el refrigerador, los siguientes números: 37, 37.5 y 38.1; en una segunda línea lee: 38.6, 39 y 39.8.
La madre pregunta qué son esos datos y la niñera responde que estuvo tomando la temperatura del hijo menor de la casa. Entonces, la madre vuelve sobre las cifras, solo que esta vez detecta una tendencia: el número va creciendo y, a esa hora, tenía casi cuarenta grados de temperatura…¡Hay que hacer algo ya!
Es claro que debemos distinguir entre datos e información. Los primeros son registros sobre eventos que encontramos en la realidad, la información es producida por un observador que, frente a un conjunto de datos, hace una distinción, es decir, descubre en ellos un patrón o detalle que atrae su atención y dice “¡aquí ocurre algo!”.
Ahora bien, tras haber pasado muchas veces por la experiencia de tener un hijo enfermo, los padres parecen saber cuándo esperar y cuándo actuar sin demora. Al hacer distinciones y aprender de la práctica, las personas van desarrollando “conocimiento”, una mezcla dinámica de experiencia estructurada, verdades prácticas (saber qué funciona y qué no) e intuición (matrices de experiencia interiorizada, que entregan conocimiento directo e inmediato).
Algunas organizaciones conservan enormes cantidades de datos, pues estos producen una ilusión de certeza (con suficientes insumos, las decisiones correctas emergerán espontáneamente). Pero eso es falso, pues una pila de registros triviales puede ocultar aquellos realmente importantes y, además, los datos no poseen un significado inherente: se convierten en información solo cuando alguien les agrega significado, hace una distinción y mejora su capacidad de tomar decisiones correctas y actuar oportunamente.
Mar de datos. Así las cosas, no es correcto decir, sin más, que vivimos en una “sociedad de la información y el conocimiento”. Sin herramientas para extraer la información, ni retroalimentación de calidad y una actitud de reflexión permanente para producir conocimiento, lo único que tenemos es un montón de datos.
Ahora bien, en este proceso que transforma meros registros en información, e información en conocimiento, encontramos retos importantes. En la educación, cualquier estudiante del “planeta Internet”, con una pregunta y un buscador, da con miles de posibles respuestas en cosa de milisegundos.
Aunque parezca grandioso, este tsunami de datos implica problemas de “intoxicación informativa” (pues debemos discernir cuando las fuentes son fiables y creíbles) y de “naufragio informativo” (no tenemos tiempo para abarcar las miles de respuestas que nos ofrece la pantalla).
Luego, el reto consiste en desarrollar capacidades para enfocar la atención y seleccionar los resultados de mayor utilidad, y así evitar convertirnos en un homo “zappiens”, que “copia y pega”, mientras salta inconsistentemente de sitio en sitio, sin ningún enriquecimiento cognitivo y sin llegar a ninguna parte…
Por su parte, en las organizaciones, los tomadores de decisiones viven en un planeta que crea casi 3 trillones de bytes por día y cuya capacidad tecnológica para almace-narlos se duplica cada tres años. En su momento, los científicos estudiosos de la meteorología y la genómica conocieron los retos de trabajar con cantidades masivas de datos.
Estos retos ya se han propagado a quienes trabajan con los motores de búsqueda de Internet, los sistemas financieros y la informática de empresa. A los nuevos métodos para extraer información valiosa de conjuntos gigantescos de datos se les llama Big Data .
Con tenacidad, para no abandonar ante las primeras dificultades; inteligencia, buscando le mejor manera de hacer las cosas; y lúdica, disfrutando a mares la experiencia, lograremos avanzar en estos frentes. Algo fundamental para ir efectivamente hacia una sociedad de la información y el conocimiento, en lugar de naufragar en un mar de datos.