El periodista Gerardo Bolaños publicó en esta sección un enjundioso artículo en que repasó el origen y trayectoria del Premio Nobel de la Paz, con dos propósitos explícitos: lamentar que no se le haya otorgado a José Figueres por haber abolido el ejército y asegurar que el otorgamiento a Óscar Arias se debió a que desde 1983 Costa Rica era candidata en la figura del presidente.
La abolición del ejército, sin embargo, no se puede adjudicar a una sola persona, sino a la cultura costarricense, y el galardón a Arias se razonó no como un premio al país, sino a su papel internacional.
El nombre de Costa Rica está vinculado con la paz, ciertamente, pero con ese argumento se oculta una historia muy compleja, que olvida los varios golpes de Estado, dictaduras, levantamientos sociales y movimientos de protesta que no coinciden con el mito del país de paz.
Entre 1838 y 1882 el ejército fue una de las instituciones más robustas del poder estatal, durante los gobiernos de Tomás Guardia (1870-1882), un núcleo básico de 500 hombres fue entrenado especialmente para funcionar como sostén del gobierno y la milicia se elevó hasta 20.000 miembros, con una reserva de 10.000.
El gasto público en la cartera militar creció hasta representar el 36 % de las finanzas públicas en 1879. No obstante, desde 1822 se aseguraba cada vez más que este territorio estaba integrado por personas propensas al trabajo, al progreso y la paz.
Esta imagen permitió una temprana apuesta por formas de convivencia que sustituyeron la necesidad imperiosa de fuerzas armadas.
Especialmente después de 1882, tras la fortificación de la institucionalidad estatal, el descenso del peligro de invasiones extranjeras, la consolidación de un grupo de políticos profesionales y, particularmente, con la reforma educativa y electoral y la concreción de la identidad nacional se logró ir desechando el ejército. De hecho, en 1907 apareció una novedosa imagen: la de llamar ejército costarricense a los niños y maestros de escuela.
En 1890, el Partido Independiente Demócrata propuso abolir el ejército durante los períodos de paz, una idea recuperada múltiples veces a inicios del siglo XX para limitar el poder militar, desprestigiar sus rangos y evitar su intervención en procesos electorales.
Por eso, durante la guerra civil de 1948, los “ejércitos” que se enfrentaron fueron, por un lado, la Legión del Caribe, integrada a las filas del Ejército de Liberación Nacional de Figueres, y, por otro, las legiones improvisadas de soldados obreros, lideradas por el Partido Vanguardia Popular.
El ejército que se abolió en 1948 era una institución venida a menos, sin prestigio real, sin funciones importantes y sin la fuerza necesaria para oponerse a la proscripción. Esto ocurrió gracias al tipo de sociedad y formas de convivencia en el país.
Por su trascendencia, la decisión de abolir el ejército se atribuye a varios hombres, además de Figueres. Edgar Cardona, ministro de Seguridad de la Junta Fundadora de la Segunda República, siempre citaba el Acta N.° 54 de la sesión de la Junta celebrada el 25 de noviembre de 1948 en cuyo artículo 14 se acepta el plan de supresión del ejército presentado por él.
Cardona se convirtió en un traidor meses después, cuando intentó dar un golpe de Estado y su imagen pública cayó en desgracia, lo que facilitó el ascenso de Figueres como el productor ideológico y quien concretó la abolición del ejército.
La historia entre bastidores del premio nobel otorgado a Arias la produjo en 1988 el historiador Irwin Abrams, uno de los pioneros en estudios sobre la paz, en un artículo que publicó en The Antioch Review (vol. 46, no. 3).
Abrams señaló que en el otoño de 1986 el Comité Noruego del Premio Nobel de la Paz hizo alrededor de 5.000 anuncios para la postulación de candidaturas y que el 1.° de febrero de 1987 había 93 candidatos: 61 individuos y 32 instituciones.
Entre los candidatos estaban la presidenta de Filipinas Corazón Aquino, el humanista anglicano Terry Waite, el director de los esfuerzos por la paz de la ONU Brian Urquhart, el cantante Bob Geldof, el dalái lama, Nelson y Winnie Mandela y la OMS.
La nominación de Arias la hizo Björn Molin, parlamentario sueco que había nominado varios años atrás al presidente de Costa Rica, quienquiera que fuera, para reconocer la tradición pacifista del país. Como indicó Bolaños, el nombre de Arias apareció en esa lista gracias a los esfuerzos por premiar al país.
No obstante, cuando el Comité se reunió, después del verano de 1987, para discutir a los postulados, el nombre de Arias era conocido a escala planetaria por su papel central en la lucha contra los intentos de Ronald Reagan por intensificar la guerra contra los sandinistas en Nicaragua y su constante denuncia internacional de que la paz era el único camino para resolver los conflictos armados en Centroamérica.
Abrams subrayó que para el Comité no era nada sencillo ni aconsejable premiar a un jefe de Estado, pues muchos de los galardonados en el pasado habían sido muy controvertidos. La historia les decía que era mejor, y menos arriesgado, premiar a personas con una larga vida dedicada a los esfuerzos por la paz, y tenían muchos candidatos con ese perfil.
Ese fue el momento en que el Comité, según hipotetizó Abrams, revisó la trayectoria de Arias y sus esfuerzos por la paz desde mayo de 1986. En ese examen se encontraron con múltiples pruebas de la sinceridad de su plan de paz y sopesaron su esfuerzo de enfrentar a Reagan múltiples veces.
El Comité podía galardonar a Arias para apoyar, aunque eso superaba los propósitos originales del premio, su plan de paz en Centroamérica. De ese modo, sentenció Abrams, se premiaba a “un soñador” y se impulsaba un necesario proyecto en curso.
El autor es catedrático de la UCR.