Fernando Zamora publicó un par de artículos en este diario en donde apela a una visión cristiana de la socialdemocracia, que supone antagónica a una supuesta “ideología de género”, a la que define como una reencarnación de “aquella peligrosa doctrina sexual y familiar de los textos clásicos del marxismo”. Intenta deslegitimar así la teoría feminista y el enfoque de género, y descalificar los avances del país en el campo de los derechos sexuales y, en particular, en el campo de la educación sexual.
El problema de Zamora es que su argumento es falso por donde se le mire y refleja más sus propias obsesiones que la realidad en que vivimos.
En primer lugar, el feminismo no tiene un origen marxista o “neo-marxista” sino liberal. Aunque el feminismo se nutrió luego de otras corrientes de pensamiento, incluido el socialismo científico, lo cierto es que lo que se conoce como primer movimiento feminista y que corresponde con el movimiento sufragista que se organiza en el siglo XIX y continúa hasta el XX se fundamenta sobre el pensamiento liberal, utilitarista e ilustrado, tal como lo señaló desde estas mismas páginas Alfonso Rojas ( La Nación , 30/8/2015).
Al negársele la ciudadanía a la mujer y reducirla a un estado de infantilismo permanente, por considerar que gozaba de una razón disminuida, se establece una situación de dominación doméstica que fue denunciada por pensadores liberales desde el siglo XVIII: la Francia ilustrada guillotina a Olympe de Gouges por exigir la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana en 1791; Mary Wollstonecraft escribe la Reivindicación de los derechos de la mujer en 1792 en Inglaterra, donde demuestra que la mujer es igualmente racional que el hombre; y, en 1848, Elizabeth Cady Stanton organiza la Primera Convención de Derechos de las Mujeres en Seneca Falls, donde denuncia la opresión civil, económica y doméstica que sufren las mujeres.
Esto inspira a Harriet Taylor-Mill a publicar La liberación femenina en 1851 en Inglaterra. Tras su muerte, su esposo y coautor, el economista John Stuart Mill, introduce una petición a favor del sufragio femenino en la Cámara de los Comunes, en 1867, que es recibida con burlas y, en 1869, publica La sujeción femenina.
Engels publica el Origen de la familia, la propiedad y el Estado en 1884, después de que estas voces femeninas y liberales ya se habían hecho escuchar. Por tanto, no son Marx ni Engels los primeros en describir el matrimonio como una forma de tiranía doméstica o de esclavitud, similar al despotismo político; ya Mill lo había dicho: “Ni una palabra puede decirse de despotismo en la familia que no pueda decirse del despotismo político” (Mill, 1869, p. 33).
Que Marx y Engels identifiquen el mismo problema de sujeción femenina y tiranía doméstica que sus antecesores no debería llevar a nadie a concluir que existe un único feminismo y que este es marxista, sino solo que el problema de la sujeción femenina es tan real que merece la atención tanto de los grupos liberales como de los marxistas.
Sustitución. En segundo lugar, tampoco el marxismo dice sobre la familia lo que Zamora le achaca. No es cierto que “para el marxismo, la familia fuera una institución que debía ser suprimida” ni que Marx o Engels propusieran la abolición de la familia en el socialismo. Lo que Engels sostiene es que debe desaparecer ese tipo de familia en la que prevalece la única autoridad del hombre sobre la mujer, que depende económicamente de él y debe someterse a él.
Para Engels, la familia patriarcal y autoritaria que tiene como base la necesidad económica será sustituida, no por la ausencia de familia o por el Estado –como insinúa Fernando Zamora–, sino por una familia basada en el mutuo afecto y en el amor sexual entre los cónyuges.
En palabras de Engels: “La plena libertad de matrimonio solo podrá alcanzarse después de que todas las consideraciones económicas que todavía ejercen una presión tan fuerte en la elección de una compañía de por vida, hayan sido removidas por la abolición de las relaciones capitalistas de producción y las relaciones de propiedad creadas por ellas. Entonces, no quedará otro motivo (para el matrimonio) que el afecto mutuo”.
Sí tiene razón Zamora cuando afirma que en la obra de Engels “se saboteó la noción de la familia en la que el padre asume responsabilidad de primer orden” ya que Engels considera –y nosotros concordamos– que la responsabilidad de primer orden en una pareja no debe fundamentarse en el poder económico del hombre sino que debe ser, precisamente, una responsabilidad en pareja.
Pero no es cierto que Marx y Engels sostuvieran “que era por medio del sexo sin compromiso que la mujer lograba vencer las ‘cadenas opresivas’ que le imponía el hombre”. Por el contrario, aspiraban a una relación marcada, no por la norma legal, sino por la igualdad y una moral fundamentada en el amor mutuo y el respeto.
La desaparición de estos elementos de dominación masculina daría paso entonces a una familia caracterizada por el amor y la libre escogencia, no por las transacciones comerciales.
Pero entonces, cuando desaparezcan los elementos de dominación masculina, ¿qué cosas nuevas caracterizarán a la familia a la que aspira Engels? “Esto se sabrá –dice– luego de que una nueva generación haya alcanzado la madurez: una raza de hombres que nunca en su vida hayan tenido ocasión para comprar con dinero o con otros medios de poder económico el sometimiento de una mujer; una raza de mujeres que no hayan tenido nunca la necesidad de entregarse a ningún hombre por una razón distinta del amor, o la necesidad de tener que rechazar a la persona amada, por temor a las consecuencias económicas”.
¡Qué lejos está la posición de Engels de la monstruosa caricatura del marxismo que nos pinta Zamora! Más aún, entre la defensa que hace Zamora de las políticas familiares y de género del estalinismo y la visión de Engels de una familia basada en el mutuo afecto y el mutuo amor sexual, sin duda nos quedamos con Engels.
Ignorancia. En tercer lugar peca de ignorancia o de mala fe el ataque de Zamora a la educación sexual y a los derechos sexuales y reproductivos.
Tradicionalmente, estos derechos fueron peleados bajo la consigna de “mi cuerpo, mi opción”, por lo que resulta curioso que Zamora solo pueda leer esta lucha desde un discurso marxista, cuando la consigna remite a un origen liberal, más específicamente, a una idea que desarrolla John Locke en el parágrafo 27 del Segundo tratado del gobierno civil (1689), donde define al cuerpo como la primera propiedad del individuo: “Todo hombre tiene propiedad en su propia persona: nadie tiene derecho a ella excepto él”.
El cuerpo es la primera propiedad. Sin el cuerpo no se existe y una persona no puede ser libre de hacer o trabajar si no puede disponer de su cuerpo.
Es imposible negar que lo que aplica al cuerpo del hombre, aplica al cuerpo de la mujer. Existe entonces una privacidad inherente al cuerpo sobre el cual ninguna otra persona tiene derecho y esto incluye, por supuesto, los derechos sexuales y reproductivos y, en particular, el derecho de las mujeres a decidir sobre sus relaciones sexuales, así como de controlar la cantidad de hijas e hijos que quieren tener y espaciar responsablemente sus nacimientos.
Más allá de los dogmas. Zamora intenta alarmar con los peligros que esto implica para la sociedad en su conjunto, en tanto conduciría –según él– al libertinaje, la irresponsabilidad y el placer desbocado; y ve una amenaza similar en quienes él llama “los ideólogos del sexo libre” y en la supuesta promoción del placer irresponsable que dice encontrar en los Programas de Educación para la Afectividad y Sexualidad propuestos por el MEP y aprobados por el Consejo Superior de Educación en 2012.
Pero así como erraba cuando adjudicaba a Engels el deseo de acabar con la familia, se equivoca también Zamora cuando sataniza un programa de educación sexual que trata el placer sexual sin la morbosidad de la que no parece librarse Zamora, pero con la responsabilidad que el tema amerita: “Se trata –dice el programa– de que cada persona conozca y valore su cuerpo y sus emociones y canalice de forma positiva y con responsabilidad su energía sexual y afectiva, que esté en capacidad de elegir –tras un proceso reflexivo– lo que desea o no hacer con su cuerpo y sus emociones, en un marco de respeto hacia sí mismo y las personas con las que se relaciona. Pero también, que pueda identificar situaciones o conductas de riesgo y desarrolle actitudes y comportamientos de protección para evitarlas o enfrentarlas, incluyendo su capacidad para identificar la presión de grupo y evitar que influya sobre sus decisiones”.
No debemos temer al sexo ni mucho menos a la educación sexual y a la igualdad de derechos que todos merecemos también en este campo.
Bien entrado ya el siglo XXI, es hora de que entendamos que cualquier partido político moderno –socialdemócrata, liberal o incluso marxista– deberá asumir como propios los avances de la humanidad en términos de la universalidad de los derechos y en términos del disfrute pleno y responsable de la sexualidad. Hoy, la ética debe estar más allá de los dogmas.
Leonardo Garnier fue ministro de Educación Pública. Laura Cristina Blanco es investigadora.