El país está poniendo atención al maltrecho estado de la economía nacional y a las opciones para rescatarla. Sin embargo, se habla poco de cuáles son las perspectivas de la economía del mundo, que ha mantenido un moderado, pero constante crecimiento desde hace ya varios años. Tal crecimiento ha ayudado a estabilizar nuestras finanzas mediante la demanda internacional de nuestros productos o la llegada de turistas e inversión extranjera.
Pero si se presentara una recesión global, las dificultades de nuestra ya de por sí atribulada economía se magnificarían a niveles inimaginables.
Recientes turbulencias en las principales bolsas de valores y la evolución de algunos indicadores han comenzado a sonar las alarmas acerca de la posibilidad de una nueva recesión, como la del 2008. Aunque predecir con certeza cuándo va a ocurrir una recesión es casi tan difícil como predecir un terremoto, no significa que no puedan identificarse momentos de mayor riesgo.
Las crisis globales han tendido a ocurrir, en promedio, una vez cada siete años. La última estalló hace diez años. Estaríamos, por así decirlo, en “tiempo extra”.
Pero más relevante que esa mera estadística, es analizar las condiciones en que han ocurrido las últimas crisis. El principal señalamiento de muchos especialistas es que suelen estar precedidas de períodos de tasas de interés muy bajas que llevan a niveles de endeudamiento riesgoso y generalizado, o sea, burbujas crediticias alimentadas por condiciones favorables y engañosamente estables de pagos de intereses.
Efecto dominó. Sin embargo, cuando los intereses comienzan a subir, se incrementan sistemáticamente las morosidades, lo cual afecta todo el sistema financiero, como un efecto dominó. No es coincidencia que las cuatro mayores recesiones mundiales ocurridas desde 1980 han surgido en tales circunstancias.
Por ejemplo, los tipos de interés para operaciones interbancarias fijados por la Reserva Federal de EE. UU. (Fed) estuvieron entre finales del 2001 y mediados del 2005 en un nivel bajo de alrededor del 1 %, pero en los siguientes dos años subieron hasta más del 5 %, tras lo cual llegó la crisis del 2008.
Esta fue detonada por el estallido de la burbuja inmobiliaria, alimentada justamente por préstamos fáciles. Como medida contra esa crisis, la Fed revirtió rápidamente su política, bajo los intereses en el 2008, a casi un 0 %, y los mantuvo así por unos increíbles siete años.
Esos mínimos intereses de la Fed y de los principales bancos centrales del mundo, aunados a la inyección de billones de dólares, euros, yenes y yuanes al sistema (denominado flexibilización cuantitativa) lograron contener la crisis del 2008, pero al precio de incubar, una vez más, un exceso de créditos por todo el orbe, crean las condiciones para una recesión potencialmente peor.
Deuda global. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, a setiembre del 2008, la deuda mundial (pública y privada) era de $172 billones. Empero, según un reciente reporte de ese mismo instituto, esa deuda alcanzó $247 billones… ¡Una deuda global 40 % mayor de lo que fue durante la crisis pasada!
Consciente del peligro, la Fed comenzó a subir tímidamente sus tasas de interés en busca de una normalización. Desde finales del 2015, las incrementó desde casi cero hasta llegar en setiembre del 2018 a un poco más del 2 %. Pero con el nivel descomunal de endeudamiento que hay por doquier (en dólares, mayoritariamente), las tasas en EE. UU. ya no pueden subir míseras fracciones de punto sin que se extiendan ondas sísmicas por todo el planeta, como pasó hace poco con las economías emergentes. Puede que no se necesite más que la subida de unos pocos puntos en el nivel general de los tipos de interés para ocasionar algo parecido, o peor, que lo visto en el 2008.
Por eso, la deuda costarricense no parece ser un problema puramente criollo, sino una manifestación local de problemas estructurales del sistema financiero mundial. Nuestras autoridades y los analistas más entendidos en la materia deberían comenzar a integrar este riesgo en sus valoraciones, así como a recomendar medidas precautorias ante la posibilidad tangible de que estalle la que ha sido llamada la mayor burbuja económica de toda la historia.
El autor es filósofo y documentalista.