Los ministros de Gobierno, de rango constitucional, tienen a su cargo los asuntos propios del Poder Ejecutivo. Son jerarcas en su área y tienen como colaboradores inmediatos a los viceministros.
Por la naturaleza de sus funciones, es esperable que sean invitados a múltiples actos, aunque no acudan a todos. Discernir cuáles van supone una delicada tarea que pasa por el análisis político y de competencias propias.
Ante una invitación, el ministro puede aceptar, declinar o enviar un representante.
En este último caso, es deseable que el representante sea el viceministro, o el director de una dependencia afín al evento de que se trate, pero nunca un funcionario de quinto rango, que ignore el contexto y no sepa qué decir.
La crítica viene a cuento porque, meses atrás, en un acto efectuado en el Museo Nacional, el representante de la ministra de Cultura no fue el director del Museo, sino un asesor, cuyas palabras textuales para excusarla fueron: “De parte de doña Elizabeth les deseo un cordial saludo. Como comprenderán ustedes, doña Elizabeth en este momento se encuentra en una época muy acelerada, de asumir grandes retos, de asumir de manera muy concreta grandes situaciones país que requieren de ella de una manera bastante demandante, y en ese sentido me pidió les acompañara esta noche. Quizás ustedes, la mayoría, no me conozcan…”.
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