Un grafiti que decía “¿Qué hace a una escuela?” me hizo recordar una frase pronunciada hace más de cuarenta años por el profesor y filósofo Roberto Murillo: “Los problemas en la educación costarricense comenzaron el día en que se sustituyó el qué por el cómo”.
Coincido en que la educación es la transmisión del conocimiento de la verdad, con conciencia de que esa actitud es esencial para la formación de la persona. La educación debe comprometerse a promover el desarrollo integral.
La educación integral ayudará a los alumnos a que aprendan a ejercitar responsablemente su libertad y transformar la sociedad, a desarrollar su personalidad y su ser completo: cuerpo, espíritu y carácter.
Atenderá todas sus necesidades y demandas: intelectuales, estéticas, técnicas, sociales, morales y religiosas. La paideia griega suponía una preparación integral: literaria, retórica, científica, filosófica y artística.
La adquisición de la areté (virtud) era el eje de la paideia, de la educación que se daba a los jóvenes. Es en el desarrollo de las virtudes humanas donde se encuentra la verdadera excelencia, la verdadera educación.
De nada nos sirven los valores si no se traducen en calidad de comportamientos, en calidad de relaciones. Más allá de una instrucción, la educación es formación. Formar supone exigir, educar en la cultura del esfuerzo. Quien es exigido es respetado, valorado y afirmado como persona.
Esta visión de la educación debe hacer ver a los educadores la importancia de su trabajo para que adviertan su responsabilidad en el servicio y desarrollo de la cultura y del bien de la sociedad. Este qué y ethos educativo debe ser un llamado a ofrecer a sus alumnos un ambiente en el que puedan crecer en el conocimiento verdadero y en la formación profesional y cultural con la conciencia de que deben usar más tarde ese bagaje al servicio de la sociedad.
Abrirán así nuestras instituciones educativas nuevos caminos a la sociedad y aportarán soluciones para el futuro donde el desarrollo en virtudes humanas sean parte de su esencia.
Hay muchas ideas ligadas a la educación, pero quizás la más operante en la hora actual es la de la vida. Quizás porque la vida se ha vuelto más compleja. Es vital estar preparados para abrazarla.
“No hay que aprender para la escuela, sino para la vida”, decía Séneca. Contemplaremos así la educación desde un punto de vista trascendente, considerando a la persona en su ser y en su fin, en conformidad con el sentido de la vida.
Se dice que educar para la vida es acompañar al alumno, caminar junto a este para que llene su mochila de vida de recursos personales y sociales que le ayuden a desenvolverse en un entorno volátil, ambiguo, incierto y cambiante (VUCA, por sus siglas en inglés).
Una educación de calidad será posible cuando familia y colegio compartan valores y principios educativos y actúen de manera coordinada. Educar para la vida es educar para hacer el bien. Este es un buen principio educativo para cuidar nuestra democracia y nuestra sociedad. Ya nos advertía Cicerón que la educación es el principio en que descansa la libertad y el engrandecimiento de las sociedades. Teniendo claro el qué, acertaremos en el cómo.
La autora es administradora de negocios.