Propongo que cada quien decida si quiere pagar impuestos, que cada persona y empresa valoren si es conveniente según sus gustos o intereses.
Sabemos que esta propuesta es inadmisible porque, en sociedades como la nuestra, dejar el bien común en manos de la buena voluntad puede ser catastrófico. El aplauso popular sería innegable como también la quiebra del Estado.
¿Qué pasaría si cada persona tuviera la libertad de decidir si respeta la luz roja del semáforo? Sabemos que una buena cantidad de la población lo haría, pero no faltaría quien se la juegue, sobre todo, si cree que hay poco tránsito y conduce un vehículo grande, de esos que, en caso de choque, la peor parte la llevaría el otro.
Esta es la misma lógica del uso de las mascarillas, su obligatoriedad —tanto en este como en otros países— nació de la certeza de que hay personas que hacen un cálculo según sus propios intereses, sin importar lo que le pase al resto.
Desde hace meses, escuchamos el discurso que hoy se oficializa, que cada quien decida si quiere usar mascarilla o no, lo que es un verdadero absurdo, porque el fin primario del cubrebocas no es salvar a quien lo utiliza, sino al que se le cruce enfrente.
Es decir, no lo usamos porque nos gusta, sino como un acto de responsabilidad para con las demás personas y, como en los ejemplos anteriores, el bienestar ajeno no convence a buena parte de la población como razón válida para comprometer su libertad.
LEA MÁS: ¿Deben usar mascarilla estudiantes de centros públicos y privados?
Tenemos ejemplos de países donde no hace falta demarcar espacios de parqueo para el uso exclusivo de personas con discapacidad, donde los barrotes en las ventanas son innecesarios y las personas con enfermedades virales se ponen cubrebocas de forma voluntaria para proteger a los otros de sí mismos.
Este tipo de comportamientos basados en el respeto y la confianza requieren un nivel de madurez moral que, lamentablemente, no hemos alcanzado.
Cierto es que hay un espacio de libertad, de máximos de autodeterminación, pero hay mínimos irrenunciables que incluso se regulan jurídicamente.
Hay bienes que no pueden dejarse a la preferencia individual; no decimos “debes respetar la vida de los demás... si quieres”, pues lo mismo sucede con la propiedad privada, el ambiente, la salud ajena.
LEA MÁS: Iglesia llama a mantener el uso de la mascarilla en templos y sitios cerrados
No se trata de que las mascarillas se queden para siempre, sino de valorar si era el momento adecuado para eliminar su uso obligatorio y si las razones esgrimidas fueron las correctas, porque, cuando se trata de ser responsable con el otro, dar la libertad para “que cada quien decida” nunca es razón, sino excusa.
El autor es psicólogo.