Es la novela de cada cuatro años. El tema es extenuante, y parece que algunos ya se acostumbraron. La ausencia de argumentación lógica, de respuestas coherentes y de propuestas sólidas, concisas y realistas ya es innata a los procesos electorales.
Y la culpa es repartida, pero nadie se atreve a sacar a la luz y atacar las razones. Sí, los partidos políticos tienen una cuota enorme de responsabilidad en lo que respecta a la irresponsabilidad electoral y ciudadana. Las mismas fórmulas de siempre siguen vigentes: demagogia, populismo, discursos de antaño, promesas sin sentido, ataques personales.
Pareciera que se toman muy a pecho las estratagemas encontradas en El arte de tener siempre la razón de Schopenhauer. Y no se trata de eso, sino de agregarle valor a un país que lo pide a gritos. No obstante, hay intereses fuertes detrás para perpetuar el modus operandi.
Si vamos todavía más allá, hacia la raíz o raíces de la problemática, nos toparemos nada más y nada menos que con el sistema educativo. No estaríamos plagados de partidos políticos irresponsables y engañosos si los niños, y más aún los adolescentes, recibieran una formación de calidad; conocimientos que trasciendan las materias ordinarias que se han inculcado desde hace décadas en las aulas.
¿Dónde están los valiosísimos cursos de finanzas personales, de principios básicos de economía, de una esencial teoría del Estado? ¿Cómo hacer para enseñar de una vez por todas a los ciudadanos algo tan elemental como el conocer que una ley se crea y se aprueba en la Asamblea Legislativa, que no es prerrogativa del presidente? ¿Qué materias deben crearse o modificarse mediante ley y cuáles no? ¿Cómo enseñar a los jóvenes a utilizar en el futuro una tarjeta de crédito responsablemente o los pros y los contras de solicitar un crédito?
Efecto dominó
El sistema educativo ha fallado, y lo terrorífico es que genera un efecto dominó en las demás esferas de nuestra sociedad.
Existe una marcada ausencia de cursos sólidos en educación financiera personal, en la organización y funcionamiento del Estado y de la Administración Pública a escala macro, sobre la división de funciones entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.
La mayoría de los estudiantes carecen de razonamiento lógico y crítico, de capacidad para el análisis de casos y para la detección de argumentos falaces. Podría seguir una profunda lista de deficiencias.
Una persona con conocimiento básico en los asuntos antedichos no se dejaría llevar tan ciegamente por argumentos populistas y sin valor de un candidato a la presidencia, y, por ende, ese candidato y su partido político tendrían que recurrir a un discurso focalizado en la realidad, ofrecer propuestas lógicas y dejar de lado los artificios retóricos con los que nos han alimentado durante décadas.
Los procesos electorales se caracterizarían por un poco más de clase y calidad. Habría una transformación. Tendríamos ciudadanos analíticos.
Encadenamiento
Esta cadena de errores está presente en la redacción de leyes obsoletas, con lagunas, repletas de ambigüedades, en el exceso de legislación y su polo opuesto, es decir, la falta de leyes útiles que respondan a la actualidad.
Un ejemplo es que todavía no se vota mediante listas abiertas para que, como ciudadanos, seleccionemos a los diputados de nuestra preferencia, y descartemos candidatos sin idoneidad.
El problema es sistémico. Es un encadenamiento. No es solo un aspecto o dos, son muchos, conectados por sus efectos.
Debido a la falta de una moderna y necesaria educación que responda al mundo de hoy, el problema hace metástasis, invade otras esferas, y esas otras esferas o etapas crean nuevos problemas, hasta que llegamos a procesos electorales vacíos, y el ciclo se repite.
Cada cuatro años es el mismo discurso, pero, lamentablemente, no se ven avances que den pie a una mejoría. Uno esperaría que los candidatos a la presidencia y a diputados lean este artículo y reaccionen. No les tomaría cinco minutos.
El autor es abogado.