Hace poco más de dos décadas, cuando ingresaba a la Escuela Ciencias de la Comunicación Colectiva (ECCC), el maestro Mario Zeledón nos regaló una poderosa máxima. Fue uno de esos apotegmas que nos parten el mundo en dos: “La mala praxis de un médico puede matar a un paciente; la de un periodista (o un medio) puede matar a un país”.
En los años siguientes, la recurrente discusión por un nuevo plan curricular convirtió las asambleas de docentes en una babel de posiciones teórico-metodológicas e ideológicas alrededor de palabras como “compromiso”.
Aquella imagen de mala praxis y ese vocablo me llevaron a una conclusión que ha guiado mi quehacer:
“No me interesa ser una periodista comprometida con la izquierda o con la derecha. Mi compromiso será con mi profesión. Quiero ser una periodista decente”.
¿Es posible ser decente trabajando en un medio poderoso? ¿Es posible serlo en un medio pequeño? ¿En un medio de izquierda o de derecha? ¿Es posible siendo consultor de empresa, organización o gobierno? Tras 20 años conociendo a muchos periodistas, publicistas, relacionistas, cineastas y teóricos, digo que sí, que es posible hacer un trabajo valioso, pulcro, equilibrado y honesto; es decir, decente.
Ética. En mi época, de profesores de toda la gama ideológica, aprendimos el valor de la diferencia y de la tolerancia y nos enseñaron el uso correcto de un arsenal de técnicas, teorías y métodos para explicar procesos sociales llenos de grises y las megaestructuras que los soportan o adversan.
Nos abrieron el maravilloso túnel entre la historia y las proyecciones de los hechos; nos iniciaron en observar, analizar y sumar contextos; a rendir culto a nuestro idioma; a dilucidar que la censura y la autocensura son ámbitos con límites guiados por la reverencia a la ética y los valores universales.
Las reglas son las mismas así escribamos obituarios en un diario, persigamos ambulancias o artistas para un noticiero, hagamos bocetos en una agencia, pensemos en un ángulo de cámara o convoquemos a conferencias de prensa; así seamos directores de medios, gerentes corporativos, directivos o accionistas; así estemos en cualquier limbo entre las vetustas definiciones de derecha eizquierda.
La realidad no se inventa. Si hay violencia, corrupción y desconfianza, es nuestra obligación informarlo. Somos decentes cuando no nos rendimos al perverso círculo de una tiránica demanda que castiga si no le dan sangre, morbo, escándalo y antivalores.
Siempre hay maneras para defender tesis de frente y sin tergiversar; para consultar fuentes opuestas; para narrar tragedias sin denigrar, para entretener sin rebajar, para publicitar sin chabacanería, para crear imagen sin mentir; para denunciar sin condenar.
Si bien muchas cosas han mejorado, otras no tanto, pero creo con fervor que lo mejor del periodismo y la comunicación está siempre por venir porque somos mayoría quienes practicamos la decencia y lo serán con nuestro ejemplo quienes se sigan egresando.