Hace unos días me subí a un taxi en Heredia. Pocos instantes después, el taxista recibió una llamada. Al contestar el teléfono, el taxista preguntó, ¿cómo estás? Con el teléfono en voz alta, el otro respondió, “como un negro, aquí en la casa me tienen como un esclavo”.
Al taxista le dio mucha risa y entre él y su conocido se quejaron de los abundantes derechos que tienen los afrodescendientes en el país.
Entre incrédula y asustada, me bajé del taxi muchos kilómetros antes de mi destino. La conversación entre esos dos hombres fluyó con un aire de tanta naturalidad y burla que me hizo creer que más que una conversación aislada, es una mentalidad y cultura que no han cambiado a pesar de los años y la educación en el pueblo costarricense.
Como profesora universitaria, ese día, yo llegué al aula todavía pensando en la conversación en el taxi. Conté lo que había pasado y los estudiantes no se mostraron muy sorprendidos. Algunos me dijeron que es común escuchar comentarios racistas en varios lugares todavía en la Costa Rica del 2016.
Inmigrante. Debo aclarar que soy extranjera, cuya palabra es una manera de glorificar mi papel de inmigrante. Soy inmigrante aquí igual que miles de individuos más. El racismo es abundante en mi país y todos los días hay un nuevo acto de violencia en contra de alguien que es definido como el “otro marginado” por un grupo que en determinado momento se define como superior.
Reconozco que mi perspectiva viene de cierto punto de privilegio. Soy una mujer blanca, en la tercera época de mi vida, de clase media, con un doctorado en Educación. Como cada uno de nosotros, mis experiencias me han llevado por mi propio viaje de aprendizaje, formación y asimilación sociocultural.
Después de una larga conversación entre docente y estudiante, llegamos a la conclusión de que la única manera de generar un cambio cultural es enfrentándolo y hablándolo. Por esto, yo me atrevo a escribir este ensayo.
Hay que reconocer que exite mucha desigualdad en la sociedad costarricense y a escala mundial. Como inmigrante en este bello lugar, tuve la opción de escoger este país como mi nueva patria.
He asimilado a este país con su cultura, lenguaje y costumbres. Sin embargo, por mi físico, mi acento y palabras mal dichas en mi lengua adoptada, siempre seré extranjera ante la sociedad costarricense.
Aunque me identifico más con la cultura tica que con mi propia cultura, mi estado de inmigrante nunca me permitirá obtener las llaves de entrar a la sociedad como una tica más.
Optimismo. Sin embargo, soy optimista y humanista, y lucho por un país aún más tranquilo y tolerante de sus nuevos y viejos compatriotas que cada día forman la nueva población multiétnica de hoy.
Tengamos consciencia para que la Costa Rica de mañana sea un país libre de violencia lingüística contra los grupos minoritarios y que el pueblo sea más inclusivo y extensivo a la hora de definir el perfil del costarricense de hoy; para que todos podamos llamarnos costarricenses y sentirnos entregados y partícipes en el más profundo significado de la palabra.
Es urgente que tengamos estas conversaciones incómodas del racismo y opresión desde nuestros propios papeles. Todos podemos ser líderes del cambio cultural. Desde su papel de madre, padre, niño, profesional, atleta, estudiante y trabajador, pregúntese qué cambios puede hacer para marcar una diferencia y dejar un legado de paz lingüística al país.
La autora es profesora universitaria.