Al atender la política nacional, queda una impresión de esterilidad, de esfuerzo nostálgico que no para en nada, pero insiste y persiste, una suerte de reflejo de esa forma tan tica de moverse sin vencer los egoísmos, sea, sin fijarse en el otro, bien para notarlo o para hacerse notar. Cada quien para su saco, que aquí, entre pigmeos, lo que importa al parecer es sembrar pica en Flandes. Asombra, y no poco, que la oposición se mueva como si las próximas elecciones fueran en el 2018. “Tan lento como sea posible”, parece ser su lema tácito. Será que nadie apuesta a esta tanda eleccionaria, suponiendo que el próximo gobierno es de mero trámite, el tercero de Liberación y, por tanto, es mejor cálculo apostarle al desgaste natural de tres gobiernos seguidos. Algo así como esperar a que Goliath esté herido y por si las moscas también un poco dormido, para enfrentarlo con alguna probabilidad de éxito, en el 2018, no ahora que hasta consenso logró al definir candidatura.
Pensar el futuro inmediato como una prueba no estaría mal para el ciudadano prevenido. Ver de qué madera está hecho el genio progresista en este país, es lo que sigue. Fijarse más allá de todo este devaneo, asomando entre tanto intento de negociación fracasada, para luego escudriñar entre las noticias superfluas e hilar los posibles escenarios, es lo que toca a todo ciudadano activo que no acepta atolillo, al menos no cuando se lo ofrecen con el dedo. Ciertamente, hoy el progresismo está a prueba. Todo lo que no es Liberación ni Libertario y se respeta con un mínimo de coherencia ideológica, se enfrenta a su mayor examen. Otras pruebas ha tenido, y muy duras por cierto. Todas perdidas ciertamente. Simplemente, no ha pegado una.
La diáspora de sectores opositores al neoliberalismo del PLN y sus adláteres, trátese de Libertarios confesos e inviables, PASES mercantilizados e implosionados o evangélicos y cristianos mercaderes, según toque el turno dictado por el oficialismo, impide consensos, pero no acuerdos. Acuerdos tan necesarios como obligados por las circunstancias que se imponen como un verdugo que obliga a tomar las salidas que hay, no las que se esperan o desean. Entre el ser y el deber ser, media un desfiladero insondable que solo el tiempo logra puentear.
No creo ser el único que se pregunta: ¿qué están esperando? ¿Acaso no han notado que mientras Goliath ya tiene candidato, David se desangra en innecesarias luchas internas entre puros pigmeos que se reparten el deshonroso margen de error, dando la espalda a los escasísimos e interesantísimos cuadros que sí lograron despegar, según todas las mediciones estadísticas recientes? ¿Qué falta para que entiendan que aquí no se trata de armar precandidaturas posibles sobre las cenizas de candidaturas imposibles? Quiero decir: ¿para qué sirve un precandidato sin nivel de candidato?
¿A qué va tanto esfuerzo que no lleva a nada, o por lo menos no al objetivo que todo político aspira: el poder? ¿Acaso es que algunos aprendieron la mañita añeja de los liberacionistas que fabrican sus candidaturas para asegurar diputaciones, ministerios o embajadas como premio de consolación o precio de adhesión, aprovechándose de su vigencia absolutamente circunstancial? ¿Es que realmente alguien todavía cree que puede enfrentar en solitario –para ganarle, pues sino para qué– a Liberación Nacional, esa maquinaria electoralmente formidable que los años de prebendalismo caudillista mantienen aceitada y funcionando.
¿Cuán difícil es entender que la democracia, a final de cuentas, se reduce a una cuestión aritmética, de números simples? ¿Se tienen o no se tienen los votos? Punto. Ojalá fuera un debate de ideas y un choque dialéctico de titanes intelectuales, pero desde que Sartori fotografió nuestras democracias teledirigidas, sabemos que la superficialidad de la imagen rejuvenecedora y el jingle pegajoso se imponen por sobre cualquier esfuerzo de profundidad.
La gran prueba para todos aquellos progresistas que priorizan la redistribución por encima de la generación de riqueza, que suponen dignidad idéntica en todo ser humano y por tanto potencialidad que educar y motivar, que piensan en la salud como un derecho humano y no como simple mercancía, que defienden la igualdad formal ante la ley y su correlato de institucionalidad imparcial e incorruptible, es ahora, es más, era ayer y ya era tarde. Resumo el reto: unirse o dejarse aplanar. Así de fácil y a la vez así de complicado.
Hoy, la ecuación es un tanto simple, hasta maniquea si se quiere: o la oposición se une en torno a alguien con suficiente piso electoral, limando las distintas propuestas en busca de un necesario y no tan difícil acople en torno a los denominadores comunes, que son muchos, o se resigna a desaparecer entre esa masa amorfa de grupitos y partiditos que viven de las memorias del “casi casi pero no” y se regodean con la tímida posición de los segundones que, salvo criticar al primero, no tienen otra opción que seguir mordiendo polvo, echándoles la culpa siempre a los medios o al gran capital, agentes conspiradores que más bien la historia va erigiendo como chivos expiatorios de la estulticia y falta de madurez política de unos pocos que, como cualquier político tradicional, anteponen la fabricación de su propia figura, a la urgencia patria por un cambio serio e inaplazable.
Sencillamente, hoy los progresistas costarricenses están a prueba. Si no son capaces de negociar ad intra y acordar una robusta candidatura común, nos queda a todos claro, y cuanto mejor entonces, que tampoco están preparados para gobernar. Pero eso sí, que nadie llore después ante tanta corrupción rampante, tanta improvisación ominosa en la administración de lo público, tanto amiguismo y tantísima desigualdad motivadora de la violencia que hoy como pueblo nos condena y amenaza.