Entramos en la recta final del año. Asoma un nuevo punto de partida. El futuro suele entregarnos un ingrediente vital: la ilusión. La felicidad también consiste en la ilusión de tener metas, retos y planes.
La frase tempus fugit del poeta latino Virgilio hace referencia al veloz transcurso del tiempo. A su fugacidad. Por ello, los seres humanos necesitamos detenernos, reflexionar sobre un mundo apasionante que cambia diariamente ante realidades complejas.
Necesitamos reflexionar sobre nosotros mismos y revisar nuestra hoja de ruta. La velocidad nos distrae. Revisemos los grandes asuntos de la vida, como lo son el amor, el trabajo y la amistad. Hay valores que damos por descontados. La velocidad perjudica la calidad de nuestras vidas y relaciones. Somos nuestros vínculos. Navidad es un tiempo de reencuentros y retornos. Nos recuerda que no se debe mirar ni amar desde la lejanía. El amor no es un capítulo aparte de nuestra biografía, pues somos lo que amamos.
En el silencio suceden los grandes acontecimientos, diría el filósofo romano Guardini. No en el ruido del mundo, en el acontecer externo. El ruido en la sociedad moderna es casi una dictadura. Droga que adormece, fuga hacia ritmos frenéticos de actividad.
Pero las cosas más hermosas de la vida tienen lugar en el silencio. Un árbol crece en silencio, al igual que un niño en el vientre de la madre. Navidad es un tiempo de recogimiento, de sosiego, de vida interior. El silencio no es ausencia sino presencia. Para escuchar hay que callar. Para acompañar al otro en su dolor se agradece más el abrazo de una mirada o de una sonrisa. El silencio tiene su lenguaje. Las palabras sobran muchas veces. El silencio tiene una gran fuerza porque nos brinda libertad. La libertad de no caer en la constante frivolidad de la queja, el juicio y la crítica.
La vida es un regalo. Es don y tarea. Somos un proyecto abierto. La apertura brinda mucha felicidad. Pasar de la órbita del yo a la del nosotros. Ser inclusivos, no exclusivos. Ello brinda sentido y propósito. La apertura es opuesta a la clausura del individualismo que es un rasgo de nuestra sociedad occidental. El drama del egoísmo.
En las empresas se habla del liderazgo del servicio. Un liderazgo rentable que busca no solo una curva de crecimiento económico, sino también una curva de crecimiento humano. La Navidad es tiempo de apertura y para crecer juntos. Se crece mucho cuando se piensa en los demás.
La Navidad es un tiempo de gratitud. Por lo bueno y por lo que pensamos que no lo fue. Por lo que comprendimos y por lo que no llegamos a comprender. Incluso, para ser agradecidos por las derrotas. No me gusta llamarles fracasos. Las derrotas duelen, pero esconden una lección que da fruto. Algunas abren los ojos e iluminan los caminos.
“La derrota enseña lo que el éxito oculta”, escribió el psiquiatra Enrique Rojas. De los errores puede extraerse oro, menciona. Son parte del aprendizaje de la vida. Los verdaderos héroes son ejemplares por ser frágiles y falibles. Nos abren enormes posibilidades éticas porque no son los que siempre vencen, sino los que saben levantarse.
La Navidad es tiempo de paz. San Agustín decía que la paz es la tranquilidad en el orden. La vida tiene coordenadas y ejes. Hay falsos ejes y seguridades. Males de altura, como diría el profesor Alejandro Armenta, cuando ponemos nuestra seguridad en ejes externos, como lo son el poder, el dinero y el éxito.
La vanidad de estar comparándonos con los demás es un vicio y produce inseguridad. Cuánta paz y felicidad ficticia se consume hoy. En estos falsos ejes se llega al 31 de diciembre posiblemente fatigado, agobiado y hasta arruinado. Es mejor ir ligero de equipaje. Tener una vida sin espectáculo pero llena de contenido.
Más seguro será poner nuestra confianza en un auténtico eje interno, en nuestros valores y creencias. No somos lo que tenemos, sino lo que hacemos y, como mencioné anteriormente, lo que amamos. La paz también se alcanza cuando abrimos las puertas al perdón.
Necesitamos detenernos para no perder nuestra capacidad de asombro ante el misterio de la Navidad, la conmemoración del nacimiento de Jesucristo. Aristóteles se hizo esta pregunta en el siglo IV a. C.: ¿Puede el hombre tener amistad con Dios? Su respuesta fue negativa, porque Dios es un ser infinitamente superior.
Lo que no suponía es que viniera a buscarnos, se hiciera hombre, encarnara y tomara nuestra condición humana. Su estilo no fue el de una entrada triunfal y ruidosa. Optó por manifestarse a los más humildes, naciendo en un pesebre en silencio. La Navidad es una invitación a nacer de nuevo, a actualizar la esperanza, gran motor de nuestra vida. Este tiempo es una oportunidad para fortalecer nuestra vida espiritual respetando a quienes tienen otras creencias. Siempre es posible coincidir en los principios porque son puentes, no muros.
Esta Navidad llega con gran fuerza. La necesitamos. Se dice que el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas. Es necesario ajustar las velas de nuestro país. Corren vientos fuertes contra este navío.
Necesitamos impulsar y elevar las velas del esfuerzo, la educación y la integridad para seguir navegando en las coordenadas correctas y no perder el verdadero horizonte. Somos un país envidiable. No lo perdamos. Debemos seguir contribuyendo a su desarrollo, no con discursos, arreglos intermedios y soluciones fáciles. Hay mucho trabajo por hacer. Detenernos y recomenzar en serio es el mejor regalo que podemos dar a Costa Rica.
La autora es administradora de negocios.