Enero es un mes especial. Es el tiempo de hacer los buenos propósitos de año nuevo, de proponernos cambiar lo malo y fortalecer lo bueno. Ciertamente, el clima natalicio y de principios de año que nos envuelve es propicio para detenernos a pensar en las cosas intangibles que son realmente importantes. Entre reuniones de familia y tamales, y antes de hacer un “examen de conciencia” y enumerar los hierros que debemos corregir, vale la pena recordar, como nación, cuáles han sido nuestros logros. No podemos pedirle a nuestro país que avance y se desarrolle seguro y con esperanza, si nos dedicamos solamente a recordarle sus errores.
Logros históricos. Aunque lo olvidemos con facilidad, el listado de nuestros logros históricos es claramente más robusto que el de las equivocaciones. A propósito de grandes logros que marcan un país, el pasado 1 de diciembre celebramos el 66 aniversario de la abolición del ejército en Costa Rica. Nosotros como nación no deberíamos pretender “venderle recetas” ni predicarle a nadie. Es conocido que el respeto y la tolerancia son el primer paso para propiciar la paz. No obstante, ante un acontecimiento como este, sería un grave error histórico, además de un “pecado de omisión”, pasar por alto que, para Costa Rica, apostarle a la paz ha sido el mayor de nuestros aciertos. Hacerlo nos distingue en el concierto de las naciones e, inclusive, nos ha deparado un Premio Nobel de la Paz. Con humildad, creo que muchos países pobres bien harían en darle una oportunidad a esta exitosa fórmula costarricense.
Como en cualquier parte del mundo, en Costa Rica el futuro de un bebé está lleno de incertidumbre. Sin embargo, de una cosa los padres y madres costarricenses sí podemos estar seguros: nuestros hijos nunca endosarán el verde olivo, arma en mano, para formar parte de un ejército nacional. Así lo decretó el presidente y prócer de la patria, José Figueres Ferrer, luego de la guerra civil de 1948. Sin duda, esta decisión, propia de un hombre libre que trascendió a su tiempo, marcó nuestro futuro como nación.
Clarividencia política. Se trató de un momento de alta clarividencia política que cambió para bien la historia de Costa Rica, deparó bienestar y cargó de esperanza a los hijos de nuestra patria. Esto, no solo por tratarse de un general triunfante que decide abolir su propio ejército para propiciar los procesos de reconciliación nacional y garantizar la paz luego de una lucha entre hermanos, sino también por las implicaciones que esta “visionaria apuesta” ha tenido en el desarrollo de nuestro país.
Por un lado, la abolición del ejército ha impulsado en Costa Rica una cultura de paz que es parte esencial del ADN nacional. Claramente, es a partir de ella que se desarrolla en nuestro país una de las democracias más robustas del orbe, y, además, se constituye en piedra angular de las relaciones de Costa Rica con el mundo, en las que la diplomacia y el respeto al derecho internacional se constituyen en la primera y única línea de defensa de la nación.
Por otra parte, el ahorro que esta decisión ha supuesto al erario público ha permitido invertir decididamente en tres de los pilares sobre los que se sustenta el desarrollo humano en Costa Rica: educación, salud y medioambiente. En efecto, en Costa Rica, el verde olivo de los ejércitos castrenses ha sido sustituido por el azul marino de los uniformes de los estudiantes, por el blanco de las gabachas de los médicos, por el caqui de las camisas de los guardabosques, y por los trajes que endosan sus diplomáticos.
Ciertamente, nuestro modelo de desarrollo es aún perfectible y falta mucho por hacer, pero tengo para mí que Costa Rica es hoy el país más feliz del mundo, según distintos estudios globales, en gran medida gracias a las implicaciones positivas que han tenido en nuestra gente la ausencia de fuerzas armadas (Ver “Costa Rica y la felicidad”, La Nación , 27/12/2014).
“ Si vis pacem, para bellum ” (“ Si quieres la paz, prepara la guerra ”), según reza la admonición de Epitoma rei militaris , de Flavio Vegecio. Sin pretender entrar en un debate con este escritor romano de finales del siglo IV, la experiencia de nuestro país demuestra lo contrario. En Costa Rica hemos conservado la paz, precisamente porque solo nos hemos preparado para la paz. Hoy le damos gracias a Dios por esta decisión y le pedimos sabiduría y coraje para que, más allá de provocaciones y amenazas, nunca abandonemos esta senda. Nuestro país ha demostrado con su ejemplo que construir paz es construir felicidad. Los resultados obtenidos por Costa Rica en estos 66 años de vida sin ejército demuestran que, realmente, apostarle a la paz ha sido nuestro mayor acierto.