Desde el pasado 12 de junio, el mundo entero volcó sus ojos hacia Brasil con la euforia que provoca el fútbol, convirtiéndolo en todo un acontecimiento deportivo. Los vítores y los gritos del balompié desbordan sentimientos, sobre todo cuando nuestros jugadores han mostrado tal fuerza, orgullo y trabajo en equipo, reactivando la alegría del pueblo costarricense. Sin embargo, lastimosamente algunas manifestaciones de esta fiesta no son tan positivas. Me refiero la violencia contra las mujeres.
Violencia universal. Esta violencia es tan universal como el fútbol. En países como Inglaterra y México, cuando se realizan encuentros deportivos de esta índole, aumenta la violencia contra las mujeres, lo que ha hecho que naciones como el Reino Unido hayan iniciado campañas para brindar herramientas a las y los aficionados (especialmente, hombres), para que no expresen su enojo del fútbol con actos de violencia dirigida a sus parejas.
Nuestra Costa Rica no es la excepción. El día en que la Selección Nacional se enfrentó contra Uruguay, los registros del 911 indican que se pasó de atender 310 llamadas sobre violencia intrafamiliar a 388, y, el domingo siguiente, la estadística pasó de 243 a 440. Es decir, el primer fin de semana que jugó la Selección Nacional, el 911 registró 277 llamadas más por violencia intrafamiliar en comparación con el anterior fin de semana.
Llamado a la reflexión. No pretendo asignarle la responsabilidad al fútbol, ni ligar automáticamente este deporte con la violencia contra las mujeres. Lo cierto es que los contextos provocan ira, frustración por el penal robado o mucho consumo de licor, que en conjunto exacerban las actitudes existentes de abuso de poder y el ejercicio de violencia contra las mujeres, que alcanza también a niños y niñas.
Por eso, no podemos permitir que la fiesta del fútbol les robe la paz a los hogares costarricenses y se escude en la impunidad del ámbito privado.
Como la fiesta del fútbol continúa para Costa Rica, es necesario hacer un llamado a la reflexión de la ciudadanía en general: a los hombres, que reconozcan y eviten las situaciones que exacerban sus manejos abusivos de poder; a las mujeres, que denuncien los hechos; y a los amigos, conocidos, vecinos y familiares, que no permanezcan callados como cómplices de un problema de salud pública y de seguridad ciudadana que nos afecta a todos y todas. También a la institucionalidad, para que redoble los esfuerzos del trabajo individual y articulado para prevenir y enfrentar las situaciones de violencia.