Los medios de comunicación nos informan, casi a diario, de los múltiples accidentes que dejan como resultado muertos y heridos en nuestras carreteras.
El panorama resulta muy doloroso, más aún cuando nos enteramos de que la gran mayoría es gente joven; algunos, con un poco más de suerte, sobreviven con gravísimas secuelas, producto de lesiones serias y miembros amputados, con consecuencias que se proyectan a todo lo largo de su existencia.
Hasta el momento, no he tenido conocimiento de que las autoridades del Gobierno hayan tomado medidas preventivas para combatir esa calamidad pública; la ciudadanía, por su parte, se ha limitado a contemplar con preocupación el triste escenario y los medios de comunicación colectiva se han limitado a informar; todos, viendo morir, como si fuera una guerra, a gran cantidad de gente joven. Todos ellos víctimas de la imprudencia, de la velocidad, del irrespeto a las señales de tránsito y de la falta absoluta de responsabilidad de los conductores.
Ante esta lamentable situación, he dedicado algunas horas a reflexionar sobre el asunto y deseo compartir con la opinión pública y con las autoridades de Gobierno algunas ideas que considero importantes, con el propósito de que se pongan en práctica, ojalá con la mayor brevedad, para tratar de solucionar, al menos en parte, tan gravísimo problema y evitar, hasta donde sea posible, las muertes en las carreteras, dentro de las cuales –Dios no lo quiera– podrían estar nuestros amigos, parientes, conocidos o nosotros mismos, quizá no como victimarios, pero sí como víctimas.
Causas. A todas luces, la causa generadora de la gran cantidad de accidentes es, sobre todo, el irrespeto a las señales de tránsito, como consecuencia de la irresponsabilidad de muchas personas que conducen vehículos.
Una segunda causa lo son las malas carreteras con las que cuenta el país, vías muy mal diseñadas, construidas sin visión del futuro, con una economía mal entendida, tratando de economizar recursos, a costa de algo que tiene mucho más valor: las vidas humanas.
Hablando de la falta de responsabilidad de los conductores, sean estos motociclistas o conductores de otra clase de vehículos, resulta paradójico que cuando salimos de paseo con nuestros familiares deseamos llegar al lugar de destino, a toda costa, lo más pronto posible, adelantando a otros vehículos en curvas sin visibilidad, a pesar de la doble raya amarilla, que nos indica que está terminantemente prohibido hacerlo.
Pero no importa, aunque el precio por pagar sea la vida o la integridad física de los seres queridos o de las personas que viajan en sentido contrario.
No pocos conductores olvidan un principio básico, y es que el paseo se debe disfrutar desde que se sale de la casa y que el camino y el trayecto es para disfrutarlo.
El viaje, sea de paseo o de trabajo, debe disfrutarse, pero, desgraciadamente, algunos piensan, actuando de manera irracional, que el mar, el hotel o el restaurante hacia donde se dirigen no va a estar al final del viaje, y esa actitud ilógica es causante de muchas de las muertes en carreteras.
¿Qué soluciones podemos dar para atenuar de alguna manera este grave problema?
Cambio de actitud. Antes de iniciar un viaje en automotor, debemos reflexionar un poco. Voy a conducir con cuidado, voy a respetar las normas de tránsito, procuraré cuidar las vidas de las personas que me acompañan y de todas las personas que conducen o transitan por las carreteras.
Educación vial. El Estado debe instaurar ya, ojalá ayer, que se imparta como materia obligatoria en escuelas y colegios la educación vial. Esto es de primordial importancia porque están de por medio las vidas humanas.
Sugiero que el Consejo de Seguridad Vial (Cosevi), o bien el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), o el Instituto Nacional de Seguros (INS), o todos en conjunto, pongan en práctica cursos mediante la televisión y la radio, sobre el buen manejo de vehículos, en un horario adecuado para que los programas lleguen a la mayor cantidad de personas, porque estamos ante un problema nacional.
Creo que de esta forma podríamos tratar de disminuir, hasta donde sea posible, la cantidad de víctimas de accidentes, pues se ha demostrado que ni las multas ni el aumento de las penas dan resultados positivos en esta materia.
En cuanto a la educación vial en escuelas y colegios, progresivamente se irán viendo los resultados positivos.
Invito a la ciudadanía a sumarse a estas inquietudes, aportando ideas, o al menos tomando desde ya una actitud responsable, que contribuya a cambiar el triste panorama que vivimos.
El autor es abogado y notario.