Ha regresado, en forma casi mágica, La Segua, de Alberto Beto Cañas, después de 43 años de su estreno, y lo ha hecho con varios cambios importantes que la han rejuvenecido y la han mejorado.
Estoy seguro de que el autor estaría muy satisfecho con este montaje. Para el primer estreno en el Teatro Nacional, dirigida por Lenin Garrido, quien fue el director de la mayor parte de sus obras, hubo varias dificultades, como si la maldición de la Segua realmente existiera.
La principal fue la lesión en un tobillo de Kitico Moreno en el papel protagónico. Beto, entonces, llevó el texto a Haydée de Lev y le dijo: “Le traigo esta obra que usted no ha leído y cuyo contenido ignora. Vengo a pedirle que la lea, la estudie y la estrenamos de hoy en ocho”.
La actriz aceptó el reto y se encerró a leer y a estudiar la obra, que se estrenó a los ocho días de la visita del autor y, como se trataba de un festival, a la hora de entregar los premios, por unanimidad, el de mejor actriz fue otorgado a Haydée.
Por la amistad que tenía con el autor, asistí a la mayor parte de los ensayos de sus obras, a menudo en compañía de él. Además, como fuimos compañeros en varias actividades culturales y, sobre todo, durante los años en los cuales fuimos miembros de la junta directiva de la Fundación de la Compañía Nacional de Teatro, conversamos muchas veces sobre sus comedias y dramas, pero fue en ocasión del viaje que hicimos juntos a Guatemala, para asistir a la boda de Ricardo Collado, de una familia muy cercana a la nuestra y sobrino de Beto, cuando tuvimos la oportunidad de conversar largamente sobre todas sus obras publicadas y algunas inéditas que me prestó.
De todas, Beto consideraba que la mejor, la que estaba mejor escrita y de la que se sentía más orgulloso era La Segua. Yo le decía que me había gustado más El luto robado, su primera obra, pero, sobre todo, Una bruja en el río, porque estaba llena de poesía y de magia.
Al ver este nuevo montaje, creo que el equivocado era yo y el que tenía razón era él.
Vieja sociedad. La sociedad cartaginesa que pinta Cañas a mediados del siglo XVIII es timorata, machista, llena de perjuicios de toda clase y en la cual las mujeres, “por no tener algo mejor que hacer”, pasaban metidas en la iglesia, donde un fraile parece muy sensato y rechaza la idea de llevar a cabo una bendición con agua bendita en una casa para acabar con una maldición, pero corre a hacerlo cuando oye el tintineo de unas monedas de oro en una bolsa.
En 1984, Óscar Castillo llevó La Segua al cine, en una versión que tuvo muchos aciertos, en especial una especie de prólogo con la actuación extraordinaria de Carlos Catania.
Versión moderna. El director de la actual puesta en escena es Mariano González, quien, muy hábilmente, eliminó la separación de la obra en tres actos y la presentó en forma corrida, como si se tratara de una pieza de uno solo, lo cual le dio mayor fluidez a las acciones.
La escenografía, basada en bloques móviles, de David Vargas, permite cambios rápidos sin afectar en nada el tema ni las actuaciones. Hay también un nivel de actuación muy alto de todo el elenco, aunque, naturalmente, destacan los de mayor experiencia, como Leonardo Perucci, impecable en el papel de don José Manuel Sancho , padre de la bella Encarnación Sancho, muy bien representada por Rebeca Alemán.
También destacan Anabelle Ulloa quien, por cierto, actúo en la versión original, como la “bruja” María Francisca Portuguesa y Luis Fernando Gómez, como don Félix Fernández, el cortejante ciego para quien la belleza de la Segua no cambiará ni envejecerá nunca.
Ha hecho muy bien la Compañía Nacional de Teatro en preparar y llevar a cabo esta presentación que es, sobre todo, un homenaje a un hombre que dedicó su vida al arte y a la cultura, como lo fue Alberto Beto Cañas, quien intervino también en la política, no para beneficio propio como pareciera la costumbre de muchos hoy día, sino para que sus esfuerzos y su inteligencia sirvieran al bienestar de todos los costarricenses.
*El autor es periodista.