A finales del año pasado, en este mismo medio de comunicación, se anunció una buena nueva para la cultura nacional: la hija del fallecido e ilustre filósofo don Roberto Murillo Zamora encontró en un baúl de su padre gran cantidad de escritos y los plasmará en un libro.
Me valgo pues de este gran acontecimiento para dar algunas impresiones de su legado viviente, para la gloria de nuestro devenir intelectual. De esta forma, me cambio, por ahora, la camiseta de abogado para escribir de filosofía, en especial sobre la herencia académica de don Roberto, quien no solo fue un maestro del pensamiento puro, analítico y altruista, sino también un gran esposo, padre, amigo y ser humano en general.
Cuando tuve el privilegio de ser su asistente en varias materias y seminarios, uno de estos últimos me impactó sobremanera, al grado de servir de base para mi tesis de licenciatura en Filosofía, en la Universidad de Costa Rica, por él dirigida. El seminario se trató del pensamiento de Nietzsche y la relación con Heidegger y Ortega y Gasset.
En efecto, el agudo y profundo análisis de don Roberto indujo a la más elaborada y exquisita reflexión del saber universal, sin dejar de lado su aguda perspectiva de las cosas mundanas y espirituales, ni su fino sentido del humor, de corte inglés.
En ese seminario se abordó, en detalle, con amplio manejo de interpretación y puntualización textual, la obra de Nietzsche y su destacada incidencia en los distintos órdenes del conocimiento, desde el arte hasta el tratamiento del ser y el Ser (Dios), aun para la deconstrucción de lo establecido, sin perjuicio de su renovada construcción, con parafraseo de la obra –con influencia nietzscheana– de Jacques Derrida.
Legado de los tres. Pero, cabría inquirir: ¿Qué relación podría existir entre Nietzsche, Heidegger y Ortega y Gasset? Mucha sin duda, y aunque los tres asumen posiciones distintas en la interpretación de la historia, sociedad, naturaleza humana y proyecciones, se da un alto grado de coincidencia sobre el ser existente en el ahora y el aquí, en el mundo real, temporal y circundante, y la influencia de la historia en su comportamiento activo y pasivo.
Destaquemos, de manera resumida, parte del legado de cada uno de estos pensadores.
Ciertamente, recuerdo el denodado interés, admiración y reservas críticas de don Roberto hacia el pensamiento de Nietzsche y las tres transformaciones del espíritu –tema de mi tesis– y de cómo el espíritu del ser activo y superior, por imposición de los valores objetivos de la dictadura cultural del mediocre y resentido (ser reactivo), se transforma en un ser como camello, bajo el principio del yo debo, al cargar con su fuerza natural todo el peso ajeno de la mala conciencia; la igualdad –que llega a ser igualación– y la moral del bien y del mal como parte del legado decadente y calculador –según Nietzsche– del judaísmo, cristianismo e islamismo, entre otros.
Pero, debido al autoencuentro del ser humano como camello, en su íntimo desierto de soledad, se transforma en un espíritu como león, a través del yo puedo, en su lucha mortal contra la mala conciencia, el Dios de la cultura enferma y el imperativo moral kantiano.
A su vez, el espíritu como león se transforma en niño, que es el yo soy en el más allá del bien y mal, sin mala conciencia y con autocontrol de las fuerzas íntimas e instintivas; reflejo de la expresión pura y vital de la voluntad de poder, como expresión individualizada y encarnada del superhombre. Sin embargo, el devenir del espíritu y la historia no es lineal, sino circular, en función del eterno retorno de lo mismo, por elementos limitados en los acontecimientos históricos para su repetición o coincidencia.
De estas tres transformaciones del espíritu, quiso don Roberto encontrar algún ligamen sustancial con el yo, el ello y el superyó de Freud, autor que nunca citó a Nietzsche en sus obras, aunque sí se conocieron en vida y fue por medio de la amante temporal de Nietzsche, Lou Salomé –mujer bellísima y brillante–, que Freud tuvo noción de su legado y pensamiento. Sin embargo, tal ligamen no deja de ser una hipótesis permanente y razonable.
Heidegger. En lo que respecta a Heidegger, destacó siempre haber logrado la radical transformación de la metafísica occidental, con retomo de la pregunta primigenia sobre el ser, al mejor estilo de los clásicos griegos, en idioma alemán que, para este autor, es el heredero de aquella cultura sin la invasión decadente del latín. Así, para Heidegger, lo importante es el Dasein, o el ser-ahí, pues el ser no se puede pensar sin el mundo donde está arrojado y deviene en relación con otros seres y cosas. Lo importante es que el ser vuelva al ser, o que al ser le venga el ser, en aras del yo-soy, dado que en la modernidad el ser fue sustituido por el tener.
El ser humano se olvidó del ser, por el dominio de los entes o cosas; la tecnología suplantó la mirada al interior de cada uno, con alejamiento del agro y vivencia rural. Se impone así la necesidad de llegar al yo soy, al auténtico y propio ser a través de la angustia, para el encuentro de la mismidad, aspecto que, en conjunto, heredará la corriente existencialista, aunque Heidegger se ubicó como esencialista, dada la penetración del ser en la esencia del ser humano, quien, en todo caso, primero es ser y luego es humano.
No obstante, a pesar del aporte filosófico de Heidegger, no podemos obviar su fatal adherencia al partido nacionalsocialista (nazi), sin mostrar arrepentimiento alguno hasta el final de sus días.
Esto le valió severas críticas de autores como Adorno, Lukács, Habermas y Farías, entre otros. Empero, fue siempre escéptico don Roberto con la afirmación de Habermas de ligar necesariamente el Dasein con la nación alemana; consecuentemente, solo sería a través del partido nazi y el Führer que Alemania llegó a tener el autoencuentro esencial y auténtico.
En síntesis: el pensamiento de Heidegger trasciende esta caída humana, demasiada humana e incluso inhumana.
Ortega y Gasset. En lo que respecta a Ortega y Gasset, comprendió siempre su forma preferida de expresión, de manera asistemática, sin que por ello fuera un pensador carente de rigurosidad y coherencia, dado que el tejido sustancial de su mensaje está ligado en todas sus obras. Incluso, fue para Ortega una manera de resaltar su vitalismo circunstancial, pues yo soy yo y mi circunstancia. Para este autor, debe partirse de un principio básico: vivo luego existo; vivencia que a la vez se relaciona íntimamente con la razón y la historia.
Por ello, señala en una de sus obras: “La vida debe ser culta, pero la cultura tiene que ser vital” ( El tema de nuestro tiempo ); cultura y vitalismo individual que se pierde con la presencia moderna de las masas, con su rebelión, mediocridad e impersonalidad. Incluso, a diferencia de Descartes, que parte de la razón y la conciencia, lo más inmediato como realidad radical, es la vida propia, con su historia y circunstancia.
En Heidegger, es el ser; en Ortega, es la vida, aunque ambos y Nietzsche buscan un renacimiento del espíritu, en medio de las cosas, los entes, la tecnología y las masas.
El encuentro de cada ser humano con su naturaleza y esencia, distinta, insustituible y personalísima, debe revertir el anonimato e impersonalidad de la cultura decadente y arbitraria, con mentiras dictadas desde la torre del poder efectivo, que no se agota en la dimensión política.
Y en medio del empuje hacia la globalización, éxtasis de la masificación, el retorno al ser personal y auténtico marcará la diferencia, como fue el Renacimiento respecto a la Edad Media.
Quedamos pues, a la espera de la nueva publicación del eximio pensador costarricense.
Manrique Jiménez Meza es abogado.